Las barbas del vecino (O… y los profes, ¿qué dicen de ésto?).

Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, echa las tuyas a remojar”, aconseja un refrán popular, dando a entender que deberíamos ser capaces de reaccionar ante las circunstancias que afectan a nuestro prójimo en lugar de esperar a vernos en su misma situación.

La semana pasada tuvimos conocimiento de que el órgano legislativo del Estado de California, en los Estados Unidos de América, está debatiendo un proyecto de ley propuesto por uno de sus senadores, que establecería la obligación para los colegios públicos de tener siempre disponibles autoinyectores de adrenalina, y de contar con al menos un voluntario de la plantilla entrenado para garantizar su adecuada conservación y su correcta utilización si fuese necesaria.

Si te defiendes con el inglés, y quieres leer el proyecto de ley, es éste: SB1266.

La medida es interesante, puesto que la anafilaxia, cuando aparece, puede progresar de forma extremadamente rápida, y la administración precoz de adrenalina puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. La adrenalina es muy eficaz en estos casos, y, a las dosis contenidas en los autoinyectores, es improbable que aparezcan efectos indeseables de gravedad.

Sin embargo, al parecer, los sindicatos de profesores de California se oponen activamente a esta medida. Se temen que, en caso de aprobarse, la norma les va a colocar en una posición incómoda, pues no se sienten preparados para afrontar situaciones de emergencia para las que no se les ha capacitado en su formación académica, y dudan de que se les pueda proporcionar la preparación necesaria para hacerse cargo con éxito de esas competencias que les quieren atribuir. Consideran que se les va a exigir una carga de responsabilidad importante para la cual ni se sienten competentes ni creen que puedan llegar a serlo de forma fácil. Piden que, en su lugar, se refuercen (o incluso se establezcan como obligatorios, pues ahora no lo son), los servicios de enfermería de los colegios, con profesionales sanitarios titulados (enfermeros) que garanticen una actuación correcta en caso de anafilaxia.

Recientemente, en España, tras un desgraciado accidente que costó la vida a un niño de seis años, se ha suscitado un debate público acerca del papel que los educadores pueden jugar cuando un niño (generalmente por alergia a alimentos) padece una anafilaxia en el medio escolar. Parece razonable asumir que las personas bajo cuya custodia se encuentra en ese momento, es decir, los educadores, deberían ser capaces de reaccionar de forma adecuada para salvaguardar, dentro de lo posible, sus posibilidades de supervivencia. Incluso alguna Comunidad Autónoma (Extremadura) ya se ha apresurado a elaborar un reglamento que contemple un protocolo de actuación en estos casos, y es previsible que no será la última.

Sin embargo, no debemos desestimar esa preocupación que los profesores californianos, a través de sus sindicatos, han manifestado, y que refleja una angustia legítima que podría perturbar también a nuestros profesores. Muchos trabajadores del sistema público han tenido experiencias previas de atribución de responsabilidades para cuyo desempeño (que, obviamente, se va a exigir) no se les dota de los recursos necesarios. No es reprochable que se teman un desarrollo similar de la medida (especialmente, insertos, como estamos, en una crisis económica que obliga a los gestores a intentar mantener los servicios recortando inversiones), y que en su fuero interno prefieran no verse implicados.

En este caso, no obstante, el principal recurso sería de carácter formativo. La actuación inicial en caso de anafilaxia (es decir, la administración de adrenalina) no es técnicamente compleja, y, con los dispositivos inyectables actualmente disponibles, no requiere conocimientos sanitarios especiales para que su ejecución sea correcta. Pero es necesario que los docentes hayan recibido la formación necesaria para conocer las situaciones de riesgo, para identificar los síntomas precoces de una anafilaxia que les permita saber cuándo deben actuar, y para administrar eficazmente el medicamento. Deben tener perfecta confianza en sus capacidades para que quieran implicarse espontáneamente, y eso sólo se consigue proporcionando, sin restricciones, toda la formación que puedan precisar al respecto. En California hablan de, al menos, un voluntario con las competencias básicas entre el personal de cada colegio: sin embargo, al igual que en lo concerniente a las técnicas básicas de reanimación cardiopulmonar, cuantas más personas sepan reaccionar en caso de una anafilaxia, mejor, pues sabemos que en caso de emergencia las posibilidades de supervivencia aumentan muy significativamente cuando las personas presentes en ese escenario saben cómo deben actuar; lo ideal sería, entonces, que todos fuesen voluntarios.

No escatimemos recursos para hacer que nuestros educadores se sientan cómodos en este papel de garantes de la salud.

Sabemos que nuestros hijos insertos en el medio escolar están en buenas manos. Contribuyamos a que esas manos tengan siempre el pulso firme.

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