¿Qué diferencia hay entre los síntomas y los signos de una enfermedad?

Cuando un médico describe las manifestaciones clínicas de una enfermedad, genralmente pone buen cuidado en distinguir los síntomas de los signos. Tanto unos como otros son manifestaciones clínicas de la enfermedad, pero no se trata de términos sinónimos, sino que son cosas bien distintas.

Los síntomas de una enfermedad son las manifestaciones que el propio enfermo siente, y que nadie, a excepción de quien los padece, puede constatar. Son, por tanto, manifestaciones subjetivas, que tan sólo percibe el sujeto que las padece. El picor o el dolor, por ejemplo, son síntomas; un observador externo no puede verlos, aunque a veces puede deducirlos a partir de datos indirectos: si alguien se rasca inconscientemente, podemos deducir que tiene picor (o, recordemos, si encontramos una zona de piel liquenificada, podemos deducir que tiene picor crónico porque se rasca con frecuencia), o si se protege alguna zona del cuerpo con las manos y adopta una expresión de sufrimiento, podemos deducir que tiene dolor.

Los signos, por el contrario, son manifestaciones de la enfermedad que pueden ser percibidas por un observador externo: son manifestaciones objetivas, que otras personas, además del propio enfermo, pueden constatar; y no solamente por la vista, sino por cualquiera de los sentidos, ya sea vista, oído, tacto, olfato (afortunadamente, en la actualidad, generalmente los médicos no necesitamos hacer uso del sentido del gusto para llegar a un diagnóstico, aunque en el pasado nuestros antecesores contaban con ese sentido como una herramienta más, a veces de extraordinario valor), o con ayuda de pruebas diagnósticas (pruebas que llamamos «complementarias», porque son complementarias de la exploración clínica realizada en consulta).  Un ojo rojo, por ejemplo, o una zona de la piel enrojecida y sobreelevada (como una roncha o habón), son signos.

Los síntomas son, pues, manifestaciones subjetivas; los signos son, por el contrario, manifestaciones objetivas.

Nadie puede describir los síntomas sino el enfermo, pues es quien los padece. Por ello, es importante escuchar con atención lo que cuenta. Se atribuye al Dr. Gregorio Marañón (1887-1960) la anécdota de defender la silla como la más valiosa herramienta médica para llegar a un diagnóstico, pues permite sentarse junto al enfermo y escuchar pacientemente su relato.  Pero, habitualmente, el médico necesitará pedirle al enfermo que precise y concrete lo que quiere decir, pues con frecuencia el lenguaje común es demasiado ambiguo o impreciso para que el médico pueda hacerse una idea de lo que ocurre si no indaga en profundidad sobre matices que el enfermo quizás no haya considerado relevantes.

Por el mismo motivo, en la descripción de los signos también es importante que participe un médico. Generalmente, cuando los signos no son permanentes, sino cambiantes (como el caso citado de las ronchas, que suelen ser de evolución rápida o fugaz), a los médicos nos ayuda mucho contar con el testimonio escrito de un colega que los haya presenciado. Por otra parte, los signos no siempre son espontáneos, sino que a veces sólo se manifiestan cuando se provocan por medio de una maniobra exploratoria. Y es, lógicamente, el médico quien, a partir de los síntomas relatados por su paciente, sabe cuáles son las maniobras exploratorias que deben ponerse en práctica para que aparezcan los signos que busca. Por ejemplo, con un ritmo de respiración normal quizás no son audibles las sibilancias (los «pitidos» al respirar) de un paciente asmático, pero cuando se le pide que respire profundamente por la boca, probablemente se auscultarán de forma mucho más clara.

La exploración clínica, en su conjunto, es, en esencia, la búsqueda de signos clínicos, orientada a partir del conocimiento de los síntomas.

Signos y síntomas, tanto unos como otros, son importantes para llegar al diagnóstico y para constatar la evolución y la respuesta al tratamiento a los tratamientos prescritos.  Nadie como el enfermo puede saber lo que siente. Pero nadie como su médico puede relacionar síntomas y signos, poner de manifiesto los que espontáneamente permanecen ocultos, y describir con precisión tanto unos como otros.

fonendo-file0001942850504

 

Liquenificación.

La liquenificación es una afectación de la piel que se produce como consecuencia del rascado crónico, es decir, durante periodos prolongados de tiempo. Se caracteriza por un engrosamiento de la capa más superficial de la piel (epidermis) con una acentuación de los pliegues de la superficie de la piel.

Algunas veces, los términos liquen simple crónico y neurodermatitis se utilizan como sinónimos de liquenificación. Sin embargo, algunos autores establecen una diferencia dependiendo de que exista o no, previamente, alguna enfermedad crónica de la piel que induzca al rascado. En estos casos, la expresión liquen simple crónico se usa cuando se desarrollan placas de liquenificación por un rascado crónico sin que exista ninguna patología de base conocida, mientras que se habla de liquenificación secundaria cuando el proceso se desarrolla como consecuencia del rascado crónico debido a alguna afectación previa que condiciona prurito (es decir, picor) persistente, como puede ser una dermatitis atópica o una dermatitis alérgica de contacto con eczema crónico.

En todas las formas clínicas de liquenificación, el prurito o picor es el síntoma principal. No cabe duda de que se trata de una afectación debida al rascado, aunque puede no encontrarse una relación directa entre el grado o extensión de la afectación de la piel y la intensidad del prurito que el paciente refiere.

Durante las fases iniciales del proceso de liquenificación la superficie de la piel afectada aparece enrojecida y con una exageración de los pliegues normales de su superficie. A medida que el proceso continúa y el rascado se mantiene, la piel se va engrosando progresivamente, aumentando su consistencia, la superficie se va volviendo brillante y/o hiperpigmentada (más oscura), y es fácil que se aprecien en ella pápulas (pequeños puntitos sobreelevados) de superficie brillante, y pequeñas escamas que pueden desprenderse.

liquen0

El tratamiento debe ir dirigido a romper el círculo vicioso de picor-rascado-liquenificación: es fundamental interrumpir el rascado para que la piel pueda recuperar sus características normales, por lo que se debe actuar sobre el picor preexistente para aliviarlo, con ayuda farmacológica si es preciso. Y es que hay que tener claro que el rascado crónico para aliviar un prurito persistente no sólo no resuelve el problema, sino que a largo plazo complica la cosa, pudiendo llegar a convertirse en un remedio incluso peor que la enfermedad.