Determinantes de salud: De la dotación genética a… ¿el código postal?

En medicina existe una frase hecha que afirma, con un punto de ironía, que, en general, la salud de una persona depende, incluso más que de su dotación genética, de su código postal. Es, obviamente, una exageración, pero invita a reflexionar sobre un hecho cierto: la salud de una persona está muy condicionada por las circunstancias del medio en que vive.

La dotación genética constituye el conjunto de instrucciones, heredadas de nuestros padres, que determinan el potencial biológico con que cada uno de nosotros nace. Que ese potencial finalmente llegue a desarrollarse o no depende, en gran medida, de circunstancias ambientales. De la dieta, del aire que respiramos, del entorno de trabajo,  de los microorganismos con los que interaccionamos, … en definitiva, de las características del sitio en que crecemos y vivimos; o, dicho de un modo muy simplificado y exagerado, del código postal, entendiendo el código postal como un simple símbolo identificativo del lugar en que vivimos.

En lo que respecta a las enfermedades alérgicas, esa afirmación es especialmente importante.  La enfermedad alérgica tiene un componente genético (se hereda «la predisposición a ser alérgico») y un componente ambiental extraordinariamente relevante, que va a condicionar que el sujeto se vuelva alérgico, y, en tal caso, por sensibilización a cuál o cuáles alérgenos: lo que comemos, el aire que respiramos, el entorno de trabajo, nuestos hábitos, … todo ello tiene una importancia determinante en la aprición de las enfermedades alérgicas. Ya hemos hablado en este blog, por ejemplo, de la excepcionalmente baja prevalencia de asma en los niños amish de Norteamérica.

La semana pasada, un nuevo estudio publicado en la revista «Trends in Immunology» vino a confirmar que, a pesar de que todos heredamos un conjunto único de genes que ayudan a responder a las infecciones, los sistemas inmunes varían de persona a persona, y son precisamente nuestra biografía y nuestro entorno (cómo, dónde y con quién vivimos) los responsables de entre el 60 y el 80% de las diferencias entre los sistemas inmunológicos individuales, mientras que la genética es responsable únicamente del resto. Se trata de una revisión sistemática, en la que se analizan estudios publicados previamente sobre este tema, para sacar conclusiones.

La diversidad, entonces (dice el autor principal de ese trabajo, Adrian Liston, jefe del Laboratorio VIB de Inmunología Traslacional en Bélgica, refiriéndose concretamente a la diversidad de nuestros sistemas inmunes), no está sólo programada en nuestros genes, sino que emerge de cómo nuestros genes responden al medio ambiente. Alejándonos de la idea simplista de que sólo hay un sistema inmune, los autores afirman que estamos empezando a descifrar lo que ellos llaman el código inmunológico, las circunstancias que hacen que un sistema inmunológico se desarrolle y evolucione en determinado sentido.

Sabemos ya, por ejemplo, que las infecciones a lo largo de la biografía del individuo (y muy especialmente en etapas tempranas de la vida) son a largo plazo responsables de la mayoría de las diferencias entre los sistemas inmunes individuales. Pero nos queda todavía mucho por conocer.

Es un campo apasionante, ya que el conocimiento preciso de las influencias que dan forma a nuestro sistema inmunológico podría permitir cambiar a propósito nuestro medio ambiente podría dar forma a nuestro sistema inmunológico y potencialmente afectar a nuestra salud: cuándo introducimos por vez primera los distintos alimentos en la dieta de nuestros hijos, qué animales son recomendables como mascotas para nuestros hijos, qué especies vegetales plantamos en las zonas verdes de nuestras ciudades, …

Nos queda mucho por aprender, pero es una buena noticia que el ambiente sea tan relevante, ya que actuar sobre el ambiente es más fácil que hacerlo sobre la dotación genética de las personas.

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