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«Winter is coming!» (O, más bien, en nuestro caso, ya está aquí el invierno)

La apasionante aventura coral narrada por George J.J. Martin en su saga «Canción de Hielo y Fuego«, adaptada a la televisión en la exitosa serie «Juego de Tronos» (nombre extraído del título de la primera novela), se desarrolla en un mundo imaginario donde conviven personas normales con seres fantásticos de diverso tipo. En un escenario político de monarquía absoluta (donde la Corona es hereditaria) con una estratificación social que recuerda a la organización feudal de la Edad Media europea, la lucha por el poder o por la supervivencia de los diversos personajes se ve condicionada por la intervención (o, con mucha frecuencia, la mera amenaza) de brujas, dragones, zombies o gigantes, cuya presencia, ominosa, conocida y temida, se mantiene generalmente en el segundo plano de un drama donde la principal fuente de violencia para los seres humanos son sus propios semejantes.

Con esas premisas, hay una circunstancia cuya sola anticipación parece infundir un justificado temor generalizado: la inminente llegada del invierno. Los habitantes de ese mundo de fantasía son perfectamente conocedores de que allí el invierno dura varios años, y la crudeza del mismo, con grandes bajadas de temperaturas, hace todavía más difícil la superviviencia durante ese periodo, entre otras cosas por posibilitar que campen a sus anchas criaturas peligrosas que, en otra época, se ven obligadas a permanecer confinadas en las tierras del norte, donde las nieves son perpetuas.

«Winter is coming!» («¡Viene el invierno!») es una frase que los personajes se susurran con los ojos llenos de miedo o de resignación, para recordarse unos a otros que, por ese mismo motivo, todo cuanto están viviendo es susceptible de empeorar y que deben tomar precauciones para cuando eso ocurra.

Salvando las distancias, hay personas alérgicas para quienes precisamente el invierno es la peor de las estaciones. No se trata, por supuesto, de una situación ni remotamente comparable a la que George J.J. Martin ha imaginado para sus personajes, pero sí hay personas que, por causa de su alergia, en época invernal experimentan una exacerbación de sus síntomas y/o deben extremar sus precauciones.

Esta noche pasada (la noche del 21 al 22 de diciembre) ha sido el solsticio de invierno, la noche más larga del año en el Hemisferio Norte.  A partir de ese punto, se revierte la tendencia al alargamiento progresivo de la duración de las noches y al acortamiento de las horas de luz diurna que veníamos experimentando desde el solsticio de verano. Culturalmente, aceptamos que esa reversión coincide con el inicio del invierno.

Ya hemos visto cómo determinadas costumbres a las que la mayoría de nosotros no quiere sustraerse, tales como las reuniones informales con compañeros de trabajo, el reencuentro con la familia y las comidas en lugares inusuales y/o con menús diferentes de los habituales, pueden requerir una especial atención para evitar las alergias alimentarias.

Respecto a las alergias respiratorias, las visitas al alergólogo por polinosis de invierno han aumentado un 30 % durante los últimos 15 años. Mucho tienen que ver en eso las cupresáceas, que son la familia de plantas a las que pertenecen el ciprés común y las arizónicas, pues su polinización suele comenzar en pleno invierno, a finales de enero, prolongándose generalmente durante febrero y principios de marzo. Las cupresáceas son plantas muy usada en jardinería (por ejemplo, en la construcción de setos vivos), y los inviernos más suaves de los últimos años han favorecido el aumento de la cantidad de polen en el aire y, con ello, el aumento de casos de alergia. Por otra parte, las lluvias frecuentes y las nevadas pueden favorecer el crecimiento de hongos. Y, junto a ello, el uso prolongado de la calefacción puede contribuir a resecar las vías respiratorias y aumentar el riesgo de que aparezcan síntomas, o la intensidad de éstos.

De todo ello, por supuesto, iremos hablando en futuras entradas.

Mientras tanto, si quieres escuchar el tema de apertura de la banda sonora de Juego de Tronos interpretado con unos instrumentos nada habituales, pulsa sobre la imagen:

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Sensibilización

En el ámbito de la Alergología, llamamos sensibilización al fenómeno por el cual el sistema inmunológico de una persona que previamente toleraba sin problemas una sustancia deja de tolerarla y la interpreta como una amenaza. La sensibilización se traduce en la síntesis de IgE específica frente a esa sustancia, la cual, simplemente por el hecho de poder dar lugar a ese proceso, recibe el nombre de alérgeno.

Para que una reacción alérgica mediada por IgE frente a una sustancia tenga lugar, es preciso que previamente se haya producido una sensibilización, es decir, que en esa persona se haya sintetizado IgE específica frente a esa sustancia (frente a ese alérgeno). Ese anticuerpo de tipo IgE se une (se fija) a la superficie de unas células sangúineas llamadas mastocitos. Si no hay posteriores contactos con el alérgeno, no hay problema. Pero en el momento (en el preciso momento: este tipo de reacciones reciben el nombre de reacciones de hipersensibilidad inmediata porque generalmente ocurren con extraordinaria rapidez) en que el sistema inmunológico de la persona sensibilizada entra en contacto con el alérgeno en cuestión, la IgE lo reconoce (se une al mismo), y, como una cerradura que hubiera encontrado su llave, permite la liberación por el mastocito de un gran número de sustancias que ponen en marcha un proceso inflamatorio (esas sustancias reciben, por ello, el nombre de “mediadores de la inflamación”).

En el hecho de que a lo largo de la vida de una persona se produzca una sensibilización frente a una sustancia intervienen diversos factores: influye el momento de la vida en que se produce la exposición al alérgeno, la dosis del alérgeno a la que esa persona ha estado expuesta y la predisposición personal a desarrollar alergia (que, como sabemos, es una condición que tiene un componente hereditario).

La sensibilización es, entonces, un requisito previo para la aparición de una reacción alérgica. Así pues, las personas alérgicas han desarrollado su alergia en algún momento a lo largo de su vida. Lo normal es que el momento de la sensibilización pase desapercibido, y son sus consecuencias posteriores (el desarrollo de la enfermedad alérgica, cuando ocurre) las que el sujeto nota.

Como conclusión de lo anterior, podemos afirmar que no puede existir una reacción alérgica mediada por IgE frente a un alérgeno sin que previamente se haya producido la sensibilización frente a ese alérgeno. Sin embargo, a la inversa sí es posible: puede existir sensibilización frente a un alérgeno (es decir, puede haberse producido IgE frente a ese alérgeno, la cual se fijará a la superficie de los mastocitos) sin que llegue a producirse un verdadero problema de alergia.

La alergia es un cuadro clínico, es decir, debe producir síntomas o signos clínicos. Si tales síntomas o signos no existen, no podemos decir que esa persona padezca alergia: aunque esté sensibilizada. Y ocurre que, a veces, por motivos no siempre bien conocidos, se constata sensibilización sin que exista una verdadera alergia.

Existen varios métodos para detectar la presencia de IgE en sangre frente a algún alérgeno  (a esa IgE la llamamos IgE específica frente al alérgeno). Se trata de pruebas diagnósticas de tipo diverso (por ejemplo, las pruebas cutáneas mediante la técnica llamada de prick-test, o análisis de laboratorio que se efectúan sobre una muestra de sangre) que ponen de manifiesto la existencia de ese anticuerpo específicamente dirigido frente al alérgeno en cuestión. Pero tales pruebas sólo evidencian la existencia de sensibilización, y eso no necesariamente equivale a la existencia de alergia. Para diagnosticar la alergia, es fundamental la realización de una buena historia clínica, que permita detectar si el alérgeno frente al que se ha detectado la sensibilización puede producir los síntomas y signos que el enfermo refiere, o cuál de los múltiples (si fuera el caso) alérgenos frente a los que se ha detectado sensibilización puede ser el responsable de las manifestaciones clínicas.

La existencia de una sensibilización sin alergia no suele requerir tratamiento, y sólo cuando existe alergia el tratamiento puede ser necesario.  Ese es el motivo por el que el alergólogo indagará sobre costumbres y estilo de vida, aspectos laborales, características de la vivienda, hábitos dietéticos, aficiones, convivencia o no con mascotas, … Porque, sin esa labor, que podríamos considerar detectivesca, las pruebas complementarias (por muchas que hagamos) no pueden garantizar un diagnóstico correcto.

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