La histamina es un compuesto químico que se encuentra de forma natural en el organismo, y que desempeña un papel importante en las reacciones alérgicas.
Se trata de una de las sustancias biológicas más ampliamente difundidas en el organismo humano, pues está presente, si bien con distintas concentraciones, en prácticamente todos los tejidos del cuerpo. Las células que la contienen en mayor cantidad son los mastocitos y los leucocitos basófilos (si bien con una concentración 10-20 veces mayor en los primeros que en los segundos).
Desde el punto de vista de su estructura química, la histamina es una de las llamadas aminas biógenas: se trata de compuestos que contienen nitrógeno y que se producen en los seres vivos a partir de la transformación de aminoácidos (los cuales, a su vez, son las moléculas que se combinan para formar las proteínas).
Las aminas biógenas ejercen funciones esenciales, de muy diverso tipo, para los seres vivos. La histamina, concretamente, tiene, entre otras muchas funciones, un papel como neurotransmisor del sistema nervioso central (es una de las sustancias que permiten que las neuronas se comuniquen entre sí).
La histamina de mastocitos y basófilos se almacena en gránulos en el citoplasma de estas células, junto con otras sustancias. Cuando estas células son activadas por factores diversos, entre los que se cuenta (si bien no de forma exclusiva) la inmunoglobulina E (IgE), el contenido de esos gránulos es liberado al exterior (fenómeno que recibe el nombre de degranulación o desgranulación), produciendo su efecto. Este es, precisamente, el mecanismo por el cual se producen las reacciones que denominamos de hipersensibilidad inmediata, que son las alergias: ocurren cuando la IgE, que puede unirse por uno de sus extremos al mastocito o basófilo, al entrar en contacto con el agente extraño (aún cuando éste esté presente en poca cantidad), lo reconoce y desencadena la degranulación, liberándose gran cantidad de histamina y otras sustancias.
La histamina actúa contribuyendo a la producción de inflamación (en lo que llamamos la respuesta inflamatoria), produciendo efectos sobre las células del músculo liso de bronquios y del intestino, con consecuencia de broncoconstricción en el primer caso (los pacientes asmáticos son especialmente sensibles a este fenómeno) y de aumento de los movimientos peristálticos en el segundo. También puede incrementar la secreción de ácido clorhídrico en el estómago. Además, actúa sobre las células de las paredes de los vasos sanguíneos, provocando vasodilatación (con caída de la presión sanguínea) y aumento de permeabilidad de dichas paredes vasculares (especialmente a nivel capilar, por contracción y separación de las células de la capa llamada endotelio), lo cual determina una llegada de mayor flujo de sangre a la zona y salida de proteínas plasmáticas y suero (extravasación), con la aparición de edema. En los leucocitos o glóbulos blancos de la sangre (células que juegan también un papel importante en la inflamación) induce quimiotaxis, es decir, dirige sus movimientos. Todo esto conduce a una respuesta inflamatoria con rubor, calor, picor (e incluso dolor) y edema, entre otros signos, en la zona afectada.
Dependiendo de las zonas del cuerpo en las que ese fenómeno se produzca, podemos encontrar, entre otros cuadros, rinitis (cuando se afecta la nariz), conjuntivitis (por afectación de la conjuntiva), urticaria (por afectación de la piel) o anafilaxia (cuando se afectan de forma simultánea distintos órganos u aparatos).
Los medicamentos llamados antihistamínicos, como su propio nombre indica, intentan contrarrestar los efectos de la histamina, disminuyendo, cuando lo consiguen (son, por ejemplo, completamente insuficientes, como sabemos, en caso de anafilaxia), la intensidad de la inflamación.
Esta imagen, de Blausen Gallery, representa el fenómeno de la degranulación de mastocitos o basófilos y su implicación en la respuesta alérgica.