Con carácter general, un protocolo es un reglamento o una serie de instrucciones que se fijan por tradición o por convenio.
En el ámbito médico, debemos atender a la cuarta de las acepciones que el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española le atribuye: “Plan escrito y detallado de un experimento científico, un ensayo clínico o una actuación médica”. El protocolo, en el ámbito asistencial de la medicina, sería, entonces, el plan escrito y detallado de una actuación médica, fijado por convenio entre expertos en la materia.
Los protocolos médicos, entonces, son guías de actuación dirigidas a los profesionales, que contienen información sobre la forma de proceder para resolver determinados problemas de salud, generalmente para prevenir la aparición o transmisión de una enfermedad, o para llegar al diagnóstico o tratamiento de patologías específicas.
La correcta interpretación de los protocolos suele requerir una formación adecuada, y los conceptos en ellos expresados no pueden aplicarse de forma directa a pacientes concretos sin tener en cuenta las particularidades de cada caso.
Dependiendo del tipo de protocolo de que estemos hablando, y del ámbito o circunstancias en que su aplicación resulta procedente, los expertos que han procedido a su elaboración pueden ser grupos de trabajo de las sociedades científicas, o de colegios profesionales, equipos técnicos elegidos por las autoridades sanitarias, o incluso sujetos individuales con amplios conocimientos y experiencia en la materia, como podrían ser catedráticos de la disciplina. La elaboración de los protocolos nunca puede ser caprichosa: sus autores siempre deben tomar como referencia lo que la ciencia actual sabe sobre la mejor forma de resolver el problema de salud que en el documento en cuestión se aborda. Para eso, en una ciencia empírica como es la medicina (cuyo cuerpo de conocimientos se basa en la experimentación y en la descripción de lo observado), hay que tener siempre en cuenta lo que otros autores han demostrado previamente, y a ello quienes elaboran el protocolo pueden incorporar su propia experiencia y conocimientos, siempre que no resulten contradictorios con lo que está aceptado por la comunidad científica por haber sido demostrado con anterioridad.
El protocolo debe ser conocido y aceptado por quienes deben aplicarlo en la práctica, pues en caso contrario no podemos confiar en que será aplicado.
En conclusión, un protocolo, en el ámbito médico, es un documento que plasma la mejor forma de abordar un problema de salud concreto, para proporcionar una guía de actuación, basada en el conocimiento científico, a los profesionales que en la práctica pueden encontrarse ante esa situación específica.
Entonces, ¿los protocolos médicos son de aplicación obligatoria?
Es una afirmación sobradamente conocida la de que “la medicina no es una ciencia exacta”. Esta frase hace referencia a que la variabilidad biológica de las personas determina que ningún ser humano reaccione a la enfermedad o a los agentes nocivos de un modo exactamente igual a otro, por lo que todo en medicina está inevitablemente sujeto a un componente mayor o menor de incertidumbre. Nada es matemático en medicina, no existen leyes de predicción o de intervención que puedan considerarse infalibles de forma absoluta.
El conocido aforismo “No existen enfermedades, sino enfermos” se ha atribuido a tantos autores distintos (desde Hipócrates hasta Gregorio Marañón, pasando por Claude Bernard) porque cualquier médico se identifica con su contenido: aunque en las Facultades de Medicina se estudian enfermedades, como conceptos con entidad propia, en la práctica médica éstas pueden presentarse de formas tremendamente variadas, en sus manifestaciones, evolución y respuesta a los tratamientos, dependiendo de las características de las persona que las padecen.
Aunque los protocolos pueden intentar incorporar posibles variaciones de la situación a resolver, presentándolas en ocasiones en forma de árboles de decisión (“si se presenta tal circunstancia, entonces se actuaría de tal modo…; si no se presenta tal circunstancia, entonces la actuación sería esta otra”), la variabilidad de las formas de enfermar del ser humano es tan ingente que nunca un protocolo conseguirá contener todas las posibilidades que pueden darse en la práctica. El médico que se encuentra con una circunstancia que no está prevista en el protocolo debe actuar guiado por sus conocimientos, siempre de acuerdo con el conocimiento científico (con lo que los médicos llamamos “la evidencia científica”) y con el consentimiento del propio paciente. A veces, esa actuación, necesaria por las peculiaridades del caso, implica obrar de modo diferente a lo que el protocolo establece, “saltarse” el protocolo. Y esto es así independientemente de que hablemos de enfermedades infecciosas, alérgicas o de cualquier otro tipo, o de actuaciones preventivas, diagnósticas o terapéuticas.
Por ese motivo, los protocolos en medicina, con carácter general, deben entenderse como orientativos, y no necesariamente vinculantes. Un médico no está obligado a seguir el protocolo siempre y en todos los casos (eso podría hacerlo una máquina, la cual, evidentemente, entonces, no contemplaría las posibles circunstancias especiales de cada paciente, con el consiguiente perjuicio potencial para éste). Pero tampoco puede saltarse de modo arbitrario un protocolo conocido y aceptado: el médico que se salta el protocolo sí debe poder explicar, en cada caso, las circunstancias o motivos por las que, en esa situación concreta, ha decidido no aplicarlo.