En nuestras dos entradas anteriores hemos esbozado una serie de recomendaciones para disminuir los riesgos a que los niños con alergias o intolerancias alimentarias podrían estar expuestos en la llamada noche de Halloween si deciden participar en la tradición llamada «Truco o trato«, consistente en deambular disfrazados por el vecindario recogiendo pequeños obsequios de las casas de sus vecinos. Una de las propuestas a tener en cuenta, y que este año ha dado lugar a una iniciativa en Estados Unidos llamada «Proyecto de la Calabaza Azul«, busca introducir la costumbre, por parte de los adultos, de sustituir las tradicionales golosinas por otros regalitos que no sean cosas de comer.
Hoy hemos querido traer a colación un chiste de Hank Ketcham, protagonizado por su personaje Daniel el Travieso, en el que pone de manifiesto una de las circunstancias que podrían representar una resistencia a este cambio: que, dependiendo de cuáles sean los regalos en cuestión, a los niños pudieran parecerles poco atractivos.
Para evitar este obstáculo habrá que poner a trabajar la imaginación: buscar alternativas que puedan resultarles ilusionantes, y que sean recompensa suficiente como para que no echen de menos las chucherías a las que están renunciando.
Una baza a favor de esta posibilidad es que, esa noche, la imaginación de los niños puede estar inflamada por la excitación de encontrarse metidos en la piel de personajes de ficción, caracterizados meticulosamente para participar en un juego del cual los regalos que se suponen el principal incentivo no son, realmente, más que un complemento: la verdadera diversión está en dejarse ver integrados en un grupo pintoresco con un disfraces de los que puedan sentirse orgullosos. En ese contexto, y con un poco de suerte, la ausencia o escasez de golosinas no estropeará la fiesta.
Cul de sac es una serie de tiras cómicas creada por el dibujante norteamericano Richard Thompson y distribuida por Universal Press Syndicate entre 2007 y 2012 que centra su argumento principalmente en las reacciones de Alice Otterloop, una niña de cuatro años, ante las situaciones cotidianas en las que se encuentra inmersa en casa y en la guardería. En una de las tiras ambientadas en Halloween, Richard Thompson muestra, con los comentarios ilusionados de Alice, la excitación que los niños pueden sentir al elegir disfraz para esa noche:
Hablemos, entonces, del disfraz.
Los disfraces pueden ser muy sofisticados, y cuanto más sofisticados sean, más del agrado de los pequeños suelen resultar, a no ser que supongan un peso excesivo, o les hagan pasar calor o frío, o limiten sus movimientos. Es importante evitar que haya barreras que impidan que puedan respirar con total libertad, o que el tórax esté constreñido y no pueda expandirse del todo: cuidado, por ejemplo, con prendas excesivamente rígidas o apretadas, o con correas o cintas. Por supuesto, ésta es una precaución general, a tener en cuenta incluso en niños completamente sanos, pero no debemos perder de vista que la tolerancia de los niños asmáticos a cualquier circunstancia que dificulte su respiración es mucho mayor. De igual forma, debemos evitar que los niños asmáticos se vean obligados a realizar un esfuerzo físico innecesario por el mero hecho de tener que arrastrar un disfraz pesado o por tener que dar carreras frecuentes para alcanzar a sus compañeros porque su vestimenta no le permita mantener el ritmo del grupo. Un disfraz muy caluroso, o pasar frío por ir excesivamente descubierto en la noche en que se inicia el penúltimo mes del año, son factores que podrían contribuir a que un niño asmático sufriera una descompensación de su enfermedad.
Hay que tener precaución también con los olores fuertes a los que el niño pueda estar expuesto. A veces, encontramos elementos del disfraz que se han elaborado con pegamentos de diverso tipo, y que quedan cerca de la nariz o boca del niño (por no mencionar las ocasiones en que se trata de una máscara o una especie de casco en la que mete la cabeza), lo cual le obliga a ir inhalándolo de forma continuada: algo que, insistimos, no solamente puede actuar como desencadenante de una crisis en un niño asmático, sino que resulta perjudicial para cualquier niño, aún cuando se trate de niños completamente sanos.
«No me gustan las máscaras de goma», dice Peter, el introvertido hermano mayor de Alice, en esta otra tira de la misma serie Cul de Sac (la traducción es nuestra, como en los casos anteriores):
En efecto, las máscaras y caretas suelen contarse entre las partes más incómodas del disfraz, y no siempre están exentas de riesgos. Hay que comprobar que los agujeros para respirar son lo suficientemente amplios y están correctamente ubicados, al igual que los agujeros para los ojos. Y es fundamental que sean fáciles de retirar, y que el propio niño, si fuera necesario, pueda quitársela sin necesitar para ello ayuda de nadie.
Hay algunos materiales que producen alergia con más facilidad que otros. Si el niño es alérgico al látex, debe tenerse en cuenta que este material, que está presente en los objetos de goma, además de producir inflamación de la piel en la zona de contacto (dermatitis de contacto alérgica), se puede comportar como un alérgeno inhalatorio, produciendo síntomas a la persona alérgica que lo inhala.
Otras sustancias que, además del látex, pueden producir dermatitis de contacto alérgica en la infancia son el níquel (que se puede encontrar en objetos de bisutería, relojes, botones o hebillas metálicos) o el cromo (que puede encontrarse en objetos de piel o cuero), entre otros.
Relevante es también la posibilidad de que la inflamación de la piel se produzca no por una alergia, sino por una acción irritante directa de la propia sustancia que está en contacto con la superficie corporal: éstas reciben el nombre de dermatitis de contacto irritativa, y son las dermatitis de contacto más frecuentes (en cualquier edad, pero, sobre todo, en la infancia). Productos como pinturas, disolventes, y algunas plantas, entre otros muchos, pueden producir este problema.
Y hablando de irritación, es fundamental tener en cuenta que algunas pieles pueden ser más sensibles que otras: si el niño padece dermatitis atópica, ese hecho por sí solo supone un motivo suficiente para evitarle contacto con irritantes o exposición a frío o calor importante, e incluso se aconseja evitar los materiales sintéticos en las vestimentas, decantándose preferiblemente por prendas de algodón que no sean muy ceñidas.
Y no sería razonable terminar esta entrada sin dedicar algo de atención a los productos cosméticos y de maquillaje, pues es frecuente utilizarlos para decorar los rostros u otras partes del cuerpo de los pequeños. Debido a que van a permanecer en contacto directo con la piel durante largo rato, es importante que sean productos adquiridos en un comercio seguro, específicamente diseñados para su empleo en la piel, no tóxicos ni irritantes y, a ser posible, hipoalergénicos. Cuidado, también, con su empleo en la proximidad de los ojos, pues en caso de caer dentro de los mismos pueden tener un efecto irritativo importante.
Y nunca está de más recordar la necesidad, si existe una alergia grave con posibilidad de anafilaxia, de tener a mano un dispositivo autoinyectable de adrenalina que no esté caducado.
Cuando los niños sean mayores, serán ellos quienes elijan qué se ponen, cuándo y cómo. Mientras son pequeños, sin embargo, probablemente sus padres elegiremos (y compraremos, o fabricaremos) el disfraz. Hagámoslo teniendo en cuenta estas circunstancias, por su seguridad.