El conocimiento siempre es bueno. Lamentablemente, conocimiento e información no son sinónimos.
Buscar el término «conocimiento» en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española implica encontrarnos con diversas acepciones en las que están involucrados los conceptos «entendimiento», «consciencia», «noción», «sabiduría», … «Conocer» es, según ese mismo Diccionario, «averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas».
La información es necesaria para tener conocimiento, pero, como decíamos arriba, información y conocimiento no son términos sinónimos: tener información no es suficiente para llegar al conocimiento. Esa información debe ser procesada adecuadamente: la información nos aporta datos, pero esos datos deben interrelacionarse, filtrarse y considerarse en función de múltiples circunstancias, como el propio contexto en que se han obtenido. La información, que es condición necesaria pero no suficiente para llegar al conocimiento, por sí sola y sin procesar no permite «averiguar la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas».
En nuestra sociedad actual, en la que tan fácilmente tenemos acceso a cantidades ingentes de información (no en vano acertadamente la llamamos «sociedad de la información») no resulta tan fácil acceder al conocimiento. El exceso de información, si no lleva al conocimiento, puede ser perjudicial en sí misma: el término infoxicación es una contracción de información e intoxicación, y hace referencia a los efectos nocivos que puede tener un exceso de información para quien carece de los elementos necesarios para procesarla.
El conocimiento, insistimos, siempre es bueno. Lamentablemente, la información sin conocimiento no siempre lo es.
El buscador de internet Google, puesto que es el más usado, es una de las mayores fuentes de información de las que actualmente disponemos los seres humanos. Se usa para acceder a información de cualquier tipo, y un porcentaje muy importante de las búsquedas que se hacen a través de este recurso versan sobre temas de salud. Datos recientemente divulgados por el Observatorio Nacional de las Telecomunicaciones y la Sociedad de la Información (ONTSI) estiman que un 60,5 % de la población española consulta información de salud en páginas web. Según Google, aproximadamente el 1 % de las búsquedas están relacionadas con temas de salud.
A veces, eso entraña riesgos. Por ejemplo, una parte importante de la información que se encuentra en la Red no es fiable, o puede inducir a error o a malas prácticas.
Por supuesto, un paciente con el adecuado conocimiento sobre su enfermedad, que se siente motivado para implicarse en su autocuidado, entiende mejor el tratamiento y ello suele repercutir positivamente en su evolución. Pero ese conocimiento debe estar guiado por el profesinal sanitario, pues el paciente, por sí solo, no siempre sabrá discriminar la información fiable de la espuria, o interpretar adecuadamente los datos que pueda obtener sobre su enfermedad. En ocasiones, destaca el propio Google, los usuarios suelen verse “abrumados por conceptos médicos complejos” que pueden generarles “una ansiedad o estrés innecesarios”.
Este mes, Google ha anunciado que está preparando una aplicación para diagnosticar enfermedades: la idea es que cuando los usuarios introduzcan un síntoma de salud en el buscador aparezca un listado con las posibles enfermedades con las que puede estar relacionado. Google ha trabajado en este proyecto con médicos de la Facultad de Medicina de Harvard y la Clínica Mayo, en Estados Unidos, para hacer un análisis de los síntomas más buscados y revisar toda la información que se asociará a cada uno, con el objetivo de ofrecer una “información médica de alta calidad”.
Es positivo que Google se preocupe por supervisar de algún modo la información sobre salud que ofrece a sus usuarios. Pero es muy preocupante que pretenda «proporcionar diagnósticos».
En los relatos de ciencia ficción, las consecuencias de la toma de conciencia por parte de las máquinas de su propia existencia y su propia esencia no siempre se han presentado como positivas para el ser humano, sino más bien como fuente de problemas.
Hal 9000, cuyo nombre es un acrónimo en inglés de Heuristically Programmed Algorithmic Computer (Computador algorítmico heurísticamente programado), es una supercomputadora ficticia presentada en la película «2001, Una odisea del espacio» (1968), de Stanley Kubrick, basada en la novela del mismo título de Arthur C. Clarke. Hal 9000 cambia radicalmente su comportamiento a lo largo de la película, cuando percibe que los humanos que le acompañan en la nave están planeando desconectarla.
El Dr. Google, nombre con el que solemos referirnos a Google cuando es utilizado como fuente de información en salud, ha tomado conciencia de sí mismo, y quiere crecer.
«Primum non nocere«, «Lo primero, no hacer daño«, es uno de los principios fundamentales de la bioética. Anecdóticamente, en eso se funda también la primera de las leyes de la robótica imaginadas por Isaac Asimov en su conjunto de relatos «Yo, Robot«, publicado en 1950: el principio básico de conducta que debería regir la actuación de todos los robots de ese futuro imaginado («Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por su inacción, permitir que un ser humano sufra daño»).
Sería estupendo que los bienintencionados programadores del Dr. Google consiguieran imbuir este principio en el buscador. Lamentablemente, el Dr. Google maneja información, y sólo información: la ética, los ideales y valores, el humanismo, la empatía, el arte que, junto con la ciencia, es consustancial al ejercicio de la medicina, todavía hoy queda muy lejos, no sólo de su capacidad, sino de sus mismos objetivos.
Melchor Adolfo Prats González (historietista que firma como Mel) abordó este tema con ironía en abril de 2011, en el número 1770 de la revista satírica El Jueves: