Hace un año, tal día como hoy, hablábamos del olivo como objeto de estudio

Hace exactamente un año nos congratulábamos por el hecho de que tres centros de investigación españoles habían logrado descifrar por completo el genoma del olivo, es decir, es el conjunto de genes contenidos en los cromosomas, lo que puede interpretarse como la totalidad de la información genética que posee un organismo o una especie concreta. Habían participado en el trabajo un grupo de investigadores vinculados al Centro de Regulación Genómica de Barcelona, al Real Jardín Botánico de Madrid-CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) y al Centro Nacional de Análisis Genómico  de Barcelona (CNAG-CRG). Los autores argumentaban que este logro contribuirá a la mejora genética de la producción de aceitunas y aceite, de enorme relevancia en la economía y en la dieta españolas, mejorará nuestro conocimiento del olivo, y gracias a ello aprenderemos a favorecer su desarrollo y a protegerlo de infecciones diversas y de otras amenazas. No cabe duda de que así será, pero, como alergólogos, nosotros apostábamos a que este logro contribuirá también a mejorar nuestro conocimiento de las proteínas alergénicas que contiene el polen del olivo, con repercusiones directas en la mejora del diagnóstico y tratamiento inmunoterápico de la alergia respiratoria causada por este polen, una de las más prevalentes en España (y la que más en Andalucía).

Hoy, un año después, el potencial alergológico del olivo sigue causando interés como objeto de investigación, y se le sigue dedicando atención desde el ámbito académico.

Recientemente se ha presentado una tesis doctoral en Ciencia y Tecnología Agroalimentaria centrada en la carga alergénica de la familia oleaceae (oleáceas) en la atmósfera de la ciudad de Orense y los factores que influyen sobre ella. El autor, Alberto Vara Fidalgo, ha recogido desde el año 2009 muestras de tres árboles de esta familia de plantas habituales en Orense: el fresno, el olivo y el aligustre, especie esta última a la que pertenecen el 25 % de los árboles ornamentales plantados en Orense.

En el estudio se confirma que el polen de las plantas de esta familia afectan de igual manera a los alérgicos (es decir, que presentan reacciones cruzadas) y que, teniendo en cuenta el período de polinización de unas especies y otras, las personas alérgicas podrían tener síntomas durante buena parte del año: las concentraciones más elevadas de polen de fresno se registran en la ciudad de Orense durante los meses de enero y febrero (adelantándose a veces a finales de diciembre si la temperatura de los meses previos ha sido elevada); el olivo florece sobre todo en mayo, y el aligustre, en julio.

También se ha demostrado que las masas de aire procedentes de zonas con extensos olivares situados en el noreste de Portugal ejercen una elevada influencia sobre los picos de concentración de polen (y, por tanto, de alérgeno) en la atmósfera de Orense.

Una de las conclusiones de la tesis del ya doctor Vara Fidalgo destaca la necesidad de tener en cuenta el uso de especies con menor potencial alergénico en la planificación de parques y jardines (jardinería hipoalergénica) de nuestras ciudades (él se refiere a Orense, que ha sido la ciudad objeto de su estudio, pero es una aseveración extrapolable a cualquier núcleo urbano).

La tesis en cuestión está disponible en internet para su consulta (pulsa sobre la imagen, fotografía de la flor de Olea europaea, de Philmarin):

 

 

 

¿De qué hablamos cuando hablamos de alergia… estacional?

La alergia estacional es una alergia cuyas manifestaciones aparecen en un periodo de tiempo concreto, constante año tras año, generalmente una estación del año (de ahí su nombre). Lo habitual al hablar de alergia estacional es que nos estemos refiriendo a una alergia primaveral (de la que hablamos el mes pasado en esta misma sección), pues es lo más frecuente. Suele ser una alergia respiratoria producida por pólenes, es decir, una polinosis, ya que la presencia de los restantes alérgenos no está, de forma natural, tan limitada a una estación concreta.

No obstante, es importante señalar que los términos «alergia estacional» y «alergia primaveral» no son sinónimos, pues hay pólenes que están presentes en el ambiente en otras estaciones diferentes de la primavera: por ejemplo, la alergia al polen de cupresáceas es una alergia típica de invierno, ya que la floración del ciprés comienza en pleno invierno y sus mayores niveles de polen suelen alcanzarse en los meses de enero y febrero. La alergia al polen de cupresáceas es, entonces, una alergia estacional, pero no es una alergia primaveral, sino una alergia de invierno (precisamente por tal motivo, las manifestaciones clínicas de esta alergia pueden confundirse fácilmente con un resfriado común).

(La fotografía, un Cupressus macrocarpa,  es obra de Margaret Anne Clarke).