El ser humano lleva siglos (toda su historia, probablemente) modificando las especies animales y vegetales que quedan dentro de su ámbito de influencia: animales de carga más resistentes, frutas sin pepitas, aves capaces de poner más huevos, hortalizas de mayor tamaño, … todo ello, seleccionando los ejemplares que más se adecuan a nuestros intereses y cruzándolos entre sí para que las leyes de la genética hagan que los rasgos deseados se vayan imponiendo generación tras generación.
El hecho de que en la actualidad podamos conseguir este tipo de logros con mayor rapidez y precisión en las condiciones controladas del laboratorio no implica que aquellas técnicas, que podríamos llamar convencionales, hayan dejado de tener utilidad.
Así pues, científicos de la Universidad de Arizona e Illinois (Estados Unidos) han conseguido desarrollar, a través de tales técnicas de mejoramiento convencional, una variedad de soja en la que se han reducido significativamente los niveles de tres proteínas concretas: tres proteínas de las cuales sabmos que combinan un elevado potencial alergénico (es decir, capacidad para producir alergia) con un escaso valor nutricional.
La soja es una especie vegetal de la familia de las leguminosas, cuyo grano y sus derivados (principamente aceite, harina y la llamada «leche de soja», basada en el empleo de las proteínas de soja como componente proteico de fórmulas sustitutivas de la leche de vaca) se utilizan en alimentación humana y de animales domésticos. De origen asiático (China sigue siendo su principal consumidor), el cultivo de soja se ha expandido ampliamente por todo el planeta.
Debido a su importancia como causante de alergia alimentaria, la soja y sus productos constituyen una de las 14 sustancias o productos que el Reglamento (UE) nº 1169/2011 del Parlamento Europeo y del Consejo, actualmente en vigor, considera de información obligatoria al consumidor por parte de los establecimientos de hostelería.
Después de revisar la friolera de 16.000 especies de soja, los autores del trabajo que nos ocupa encontraron una variedad que carecía casi por completo de la proteína P34, considerada el alérgeno principal de la soja, y la cruzaron con otras variedades que carecían de otras proteínas (las enzimas inhibidora de tripsina e inhibidora de aglutinina) con potencial alergénico y escaso valor nutricional. De esa forma, obtuvieron la variedad en cuestión, baja en esas tres proteínas, a la que han llamado «Triple Null».
El lector habitual de nuestro blog podrá argumentar, con razón, que para desencadenar una respuesta inmunitaria en el paciente alérgico no es necesario que haya en la soja grandes cantidades del alérgeno frente al que está sensibilizado: la respuesta alérgica se caracteríza, precisamente, porque no es necesariamente dependiente de la dosis, y una cantidad muy pequeña del alérgeno puede causar un daño enorme a la persona alérgica. Eso es cierto. Sin embargo, no sabemos hasta qué punto la exposición reiterada a esas proteínas puede estar en el origen de la propia sensibilización: no es raro que la disminución de sus niveles en el alimento contribuya, a medio o largo plazo, a disminuir el número de personas sensibilizadas (no porque quienes están sensibilizados dejen de estarlo, sino porque disminuya el número de casos nuevos que se sensibilizan). Y, por otra parte, la disponibilidad, gracias a la intervención humana, de una variedad con menor cantidad de alergenos permite concebir la esperanza de que en un futuro no lejano, gracias a las diversas técnicas de mejoramiento de que disponemos, pueda obtenerse una variante completamente libre de estas proteínas.
Y que el logro se haga extensivo a otras especies.
¿Te imaginas un trigo sin gluten?: Pues eso.