En los últimos días, las vacunas microbianas o antiinfecciosas han ocupado la atención de los medios de comunicación y de una buena parte de la sociedad, tras la desgraciada circunstancia de que se ha diagnosticado difteria, una enfermedad de la que no se detectaba ningún caso en España desde 1987, a un niño gerundense de 6 años que no estaba vacunado por decisión de sus padres.
Lamentablemente, una circunstancia tan delicada no siempre está siendo abordada con el rigor y sensibilidad que merece. En primer lugar, porque a veces la información que se transmite no está suficientemente contrastada, y se cometen errores de bulto que podrían evitarse simplemente permitiendo que los mensajes fueran revisados por expertos antes de emitirlos: por ejemplo, no ha sido raro constatar que se hablaba de virus y bacterias como si fueran la misma cosa, cuando en realidad tienen poco más en común que el hecho de que ambos son organismos microscópicos y que tanto entre los primeros como entre las segundas hay algunos que pueden causar enfermedades. En segundo lugar, porque, probablemente en aras de un malentendido respeto a todas las posturas y opiniones, algunos medios han intentado mantener una equidistancia entre los defensores y los detractores de las vacunas, contribuyendo con ello a fomentar la desinformación que ha dado lugar a la tragedia que referíamos arriba, y que podría dar lugar a tragedias incluso mayores.
Los lectores habituales de este blog saben que desde aquí siempre hemos defendido los planteamientos de la llamada Medicina Basada en la Evidencia, entendiendo tal «evidencia» como «pruebas» objetivas. Desde ese planteamiento, no a todas las afirmaciones en Medicina puede atribuírseles la misma credibilidad: la Medicina no es una cuestión de opiniones, sino de pruebas. Es en base a las pruebas (a lo que llamamos «la evidencia científica») que se construye el corpus de conocimientos científicos de las ciencias empíricas como la Medicina. Y, en lo que se refiere a las vacunas, las pruebas son incontestables. En ese sentido, no hay debate posible (es decir, no hay debate posible respecto a los beneficios individuales y colectivos de las vacunas, que están más que demostrados; el debate sí podría centrarse en si debe priorizarse la libertad individual o el beneficio colectivo, es decir, hasta qué punto es razonable que la vacunación frente a enfermedades como la mencionada dependa de la voluntad de los padres).
El profesor José Ramón Alonso (Valladolid, 1962), en su blog UniDiversidad, ha analizado, y desmontado uno a uno (simplemente contrastándolos con la realidad), los argumentos que pueden esgrimir los llamados movimientos «antivacunas». La lectura de su entrada «¿Dudas si vacunar a tu hijo?» es altamente recomendable, pues aclara las incertidumbres que (no siempre de forma bienintencionada, como él mismo destaca cuando habla de Andrew Wakefield) se han podido sembrar en esta materia, y lo hace desde un escrupuloso respeto a quienes, por desinformación, toman, o se sienten tentados de tomar, la decisión errónea de no vacunar a sus hijos.
De los múltiples chistes gráficos que el fenómeno antivacunas ha inspirado, muchos de ellos alusivos a la ignorancia o irresponsabilidad de los padres que no vacunan a sus hijos, nos ha parecido especialmente acertado el que puede verse a continuación, que muestra cómo una madre, por evitar a su hijo la vacuna, lo deja a merced de la ponzoña:
El beneficio de las vacunas es tal, y el riesgo de prescindir de ellas tan enorme, que incluso cuando un niño ha tenido una reacción adversa que se sospecha de tipo alérgico tras la administración de alguna, antes de suspender directamente las restantes dosis que pudieran quedar pendientes los expertos proponen estudiar detenidamente las circunstancias y buscar alternativas, si existen, para que no se quede sin vacunar.
Las proteínas causantes de las reacciones alérgicas son frecuentemente, más que los propios antígenos vacunales, componentes residuales del proceso de fabricación o conservación, como la gelatina o el huevo, y más raramente levaduras o látex. La mayoría de las reacciones son leves y localizadas en el lugar de la inyección, aunque en algunos casos pueden producirse reacciones anafilácticas graves. Si se sospecha que se ha producido una reacción alérgica inmediata a la vacuna, o si debemos vacunar a un niño con posible alergia a alguno de los componentes de la misma, es necesario realizar un correcto diagnóstico de la alergia y conocer los componentes habituales de cada vacuna con el fin de determinar si la vacunación puede, y de qué manera, continuarse de forma segura.El Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría (CAV-AEP), junto con la Sociedad Española de Inmunología Clínica, Alergología y Asma Pediátrica (SEICAP), han elaborado un «Documento de consenso sobre la actitud ante un niño con una reacción alérgica tras la vacunación o alergia a componentes vacunales» en el que precisamente abordan, con rigor, la diversa casuística que al respecto puede presentarse. El documento, de interés para profesionales, se divulgó en febrero de este año, y puede descargarse pulsando sobre su nombre:
«Documento de consenso sobre la actitud ante un niño con una reacción alérgica tras la vacunación o alergia a componentes vacunales«.