«Si tú y yo discutimos y tú me convences, soy yo quien gana». La primera vez que oí esta frase, me fascinó por la tremenda verdad que encierra en una aparente contradicción: si ambos discutimos, y tú me convences, gano yo. Gano yo, porque habré aprendido algo, me habrás ayudado a ser consciente de algo que antes ignoraba, habré salido de un error.
Ese es, exactamente, el espíritu con el que avanza el conocimiento científico. Si algún estudio nuevo, algún nuevo experimento, alguna evidencia reciente, constata que nuestras creencias sobre algún aspecto concreto estaban erradas, habrá que cambiar nuestras creencias; habrá que asumir la nueva evidencia, aceptar que podíamos estar equivocados, y plantear nuevas investigaciones que nos permitan concluir cuál de las dos hipótesis es la correcta. Y bienvenidos sean ese estudio, ese experimento, esa evidencia, que nos llevan a replantearnos lo que sabíamos, o creíamos saber, y nos permiten seguir creciendo en la búsqueda y el conocimiento de la verdad. Porque así ganamos todos.
Ese es el espíritu: y ese es el motivo por el que ha sido tan citado, y tan celebrado, un trabajo divulgado esta semana cuyos resultados resultan contrarios a algunas ideas sobre la prevención de la alergia al cacahuete que teníamos asumidas como ciertas apenas unos años atrás.
Se trata de un ensayo clínico publicado en la revista The New England Journal of Medicine que estudió la evolución de más de 500 bebés de entre 4 y 11 meses con características que hacían pensar que podrían tener predisposición a desarrollar alergias (tenían eczema grave, de características atópicas, o alergia al huevo, o ambos), a algunos de los cuales se les proporcionaban cacahuetes en la dieta, mientras que los otros evitaban rigurosamente los cacahuetes. Los autores del estudio encontraron que, a la edad de 5 años, la alergia al cacahuete era mucho más frecuente en el grupo que había evitado el cacahuete en la dieta.
En realidad, no es que estuviéramos previamente convencidos de lo contrario. Si realmente la comunidad científica tuviera la convicción de que comer cacahuetes en etapas tempranas de la vida podía facilitar la aparición de alergias, a nadie se le habría ocurrido diseñar un estudio en el que intencionadamente a un grupo de niños se les permitiera tomar cacahuetes para ver qué pasaba: eso no habría sido ético, e incluso, si se consiguiera relacionar el desarrollo de la enfermedad con la actuación de los investigadores, en un marco legislativo como el nuestro podría tener consecuencias penales para estos últimos.
En el año 2000, la Academia Americana de Pediatría aconsejó expresamente que los niños con riesgo de ser alérgicos evitaran el consumo de cacahuetes en edades precoces, por relacionarlo con una mayor probabilidad de desarrollar alergia a este alimento. Sin embargo, en 2008 la misma academia se retractó de esa recomendación, reconociendo que no había realmente evidencia suficiente para pronunciarse con contundencia en ese sentido.
El estudio que estamos comentando (un estudio conocido con el acrónimo LEAP, que incluye las siglas de «Learning Early About Peanut Allergy«) orienta precisamente en el sentido contrario.
Y la gran novedad de este estudio concreto es que se trata de un estudio intervencionista: hasta ahora, los trabajos desarrollados sobre esta materia eran trabajos descriptivos, en los que los investigadores se limitaban a observar y describir lo que había ocurrido. En esta ocasión, los investigadores, dirigidos por Gideon Lack, del King’s College de Londres, tuvieron oportunidad de intervenir, y decidieron a qué grupo se le incluía cacahuete en la dieta y a qué grupo no. Con carácter general, los resultados de los estudios intervencionistas (y especialmente de los ensayos clínicos como el que nos ocupa) se asumen más próximos a la realidad que los resultados de los estudios puramente descriptivos, pues en aquéllos los investigadores pueden controlar factores que escapan a su ámbito de influencia en éstos.
¿Quiere eso decir que ahora ya sabemos que comer cacahuetes en edades tempranas de la vida protege contra el desarrollo de alergias? Pues no, esa sería una conclusión aventurada. Sólo quiere decir que se abre una línea de investigación sobre una hipótesis que hasta ahora no parecía ni siquiera probable: que la introducción precoz del cacahuete pudiera prevenir (de un modo importante, según los resultados de este trabajo) el desarrollo de alergia alimentaria. Y que quizás no sea exclusiva del cacahuete, sino que pudiera extrapolarse a otros alimentos.
Necesitamos, no obstante, más estudios para poder asumir esa posibilidad como cierta, y concluir de ella recomendaciones a la población.
Y, por supuesto, si ese fuera el caso, ganamos todos.