El pasado año 2014 se publicó la 23ª edición del Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española (RAE). Se trata de la edición que ha logrado un mayor numero de vocablos, con un total de 93.111 entradas.
Una señal de la globalidad de esta 23ª edición del Diccionario es que incluye un total de 19.000 palabras procedentes del continente latinoamericano y el mundo hispano de Estados Unidos. El requisito mínimo para que cualquiera de estos términos fuera aceptado era básicamente que dicha palabra o acepción fuera usada en al menos tres países. Una vez propuesta la palabra por una o varias de las 22 academias nacionales, éstas debían sustentar y documentar su uso. La RAE comprobaba su vigencia y las acepciones propuestas, y, una vez redactada su definición, la remitía a las academias respectivas para que la ratificaran o hicieran las enmiendas respectivas.
Una palabra puede también retirarse del diccionario: además de las palabras con un fundamento muy débil (palabras que en su día se incluyeron con escaso soporte documental, y que posteriormente no se constata en otras fuentes, por lo que se concluye que tan escaso apoyo, no justifica su permanencia en el diccionario), también pueden retirarse aquellas palabras de las que se demuestra que no se utilizan desde el siglo XV. Por el contrario, si la palabra se utilizó en los siglos XVI y XVII, pervivirá en el Diccionario, pues se pretende que el Diccionario no exclusivamente recoja la lengua hablada en la actualidad, sino que también resulte útil para leer a los clásicos del Siglo de Oro y posteriores.
Romadizo es un ejemplo de vocablo incluido en el Diccionario de la Lengua Española que ya no utilizamos mucho en España. Se define como «catarro de la membrana pituitaria», y hace referencia, por tanto, a una rinitis (generalmente con congestión nasal y secreción mucosa), independientemente de su causa: puede ser infecciosa, alérgica, o de otro origen.
En otros países latinoamericanos sí se utiliza. Mira, como ejemplo, este artículo, aparecido en una publicación chilena hace apenas unos días: «¿Alergia o resfriado? Siete signos clave de estas afecciones.«
Y, obviamente, no se trata de un término acuñado recientemente. Así empezaba el capítulo dedicado a «Romadizos» de la obra «Tratado de las enfermedades más frecuentes de las gentes del campo«, del Dr. Tissot, publicado en Madrid en 1776:
«En cuanto a los romadizos hay muchas preocupaciones, que todas pueden tener funestas consecuencias. La primera es que un romadizo nunca puede ser peligroso; error que todos los años cuesta la vida a muchas personas. Muchos años ha que me lamenté de ésto, y desde entonces he visto muchísimos ejemplos nuevos, que han servido para confirmar mis lamentos.
A la verdad, nadie muere de un romadizo, cuando no pasa a otra cosa; pero si no se hace caso de él, ocasiona enfermedades de pecho mortales. Diciendo a un Médico muy hábil y práctico uno de sus amigos: estoy bueno, no tengo sino un resfriado, le respondió: los resfriados matan más gente que la peste.«
Ciertamente, una afirmación bastante exagerada, teniendo en cuenta los remedios de que disponemos en la actualidad (es posible que en 1776 no lo fuera). Pero deja constancia de que, en una época en que todavía no se habían descrito con precisión las enfermedades alérgicas (ni siquiera se había acuñado el término «alergia»), ya se constataba que una simple rinitis podía tener consecuencias en el resto de vías respiratorias.