El uso de antibióticos en la industria agroalimentaria es un recurso generalizado en prácticamente todo el mundo. No sólo se administran al ganado, aves de corral o animales acuáticos, sino que también se utilizan en las frutas o verduras para inhibir el crecimiento bacteriano.
Es un hecho conocido que pequeñas cantidades de esos antibióticos pueden llegar, con los alimentos, al tubo digestivo de las personas que los consumen. Aunque pueden producir algunas alteraciones en la flora bacteriana del tubo digestivo de los seres humanos, no tenemos constancia, por el momento, que con carácter general ello tenga un efecto perjudicial sobre la salud, puesto que las cantidades ingeridas son realmente pequeñas.
Sin embargo, en lo que se refiere al ámbito de la alergia, la cosa puede cambiar. Se necesita muy poca cantidad de medicamento para que una persona que sea alérgica al mismo pueda tener una reacción adversa incluso de gravedad. Se han documentado casos de anafilaxia en el ser humano frente a antibióticos presentes en la leche o en la carne de animales a los que se les habían administrado. Y no puede descartarse que ésta sea también una fuente posible de sensibilización, mediante la cual una persona que previamente no lo era pudiera llegar a convertirse en alérgica a determinado fármaco.
Este mes de septiembre se ha publicado en la revista Annals of Allergy, Asthma and Immunology un caso clínico descrito por un grupo de autores canadienses que precisamente viene a incidir sobre lo expuesto. El artículo en cuestión se llama «Risk of allergic reaction and sensitization to antibiotics in foods« («Riesgo de reacción alérgica y sensibilización a antibióticos en alimentos»), su primer firmante es F. Graham, y cuenta el caso de una niña de 10 años que sufrió una reacción anafiláctica tras comer un pastel de arándanos. El análisis de laboratorio realizado al pastel descubrió en el mismo la presencia de antibióticos. Y la niña, que no tenía historia previa de alergias graves, se descubrió, en las pruebas realizadas posteriormente, alérgica a estreptomicina, uno de los antibióticos que pueden utilizarse en los huertos y que estaba presente en los arándanos del pastel.
Y ni siquiera puede descartarse que la niña se hubiese sensibilizado a la estreptomicina precisamente por la misma vía.
Como consumidores individuales, con la regulación legal actual, no está en nuestra mano evitar la posibilidad de que nuestros alimentos contengan una pequeña cantidad de antibióticos. Y, salvo para las personas que ya se sepan alérgicas a alguno de ellos, la probabilidad de que eso suponga un riesgo para la salud es muy pequeño. Sin embargo, la consideración de ese hecho es un factor más a favor de la recomendación de lavar bien, siempre, nuestras frutas y verduras antes de consumirlas.