Como ayer adelantábamos, hoy se celebra el Día Mundial del Asma. Y también se celebra el Día Internacional del Celíaco. Qué coincidencia, ¿eh?.
Precisamente hace unos días, la publicación periódica Diario Médico incorporaba una columna titulada «¿Sirven para algo los días mundiales patológicos?«. En ella, el autor, José Ramón Zárate, se planteaba que la proliferación de días mundiales dedicados a alguna enfermedad desborda ya las capacidades informativas y corre el riesgo de cansar al público por saturación. Esa proliferación es una realidad: precisamente en este mismo blog dedicamos periódicamente alguna entrada a la celebración de un día, una semana o incluso, como ayer veíamos, un mes completo, a concienciar a la población sobre las circunstancias que rodean a alguna enfermedad relacionada con disfunciones del sistema inmunológico, o a la patología alérgica en general. ¡Y hoy, precisamente, coinciden dos de esos eventos!
En la columna mencionada, el autor se refiere a la publicación en la revista American Journal of Public Health de un trabajo firmado por Jonathan Purtle y Leah Roman, de la Escuela de Salud Pública de la Universidad Drexel, en Filadelfia, en el que se evaluó la efectividad concienciadora de dos centenares de días de este tipo en Estados Unidos. De ellos, sólo cinco evaluaban de forma expresa su impacto empírico. Purtle y Roman no concluyen que haya que suprimirlos ni critican las buenas intenciones ni los esfuerzos de los promotores, aunque consideran que, en su mayoría, como intervenciones de salud pública no parecen aportar gran cosa. El problema es que «el concepto de concienciación es difícil de definir y más aún de medir», y los cambios de actitud que con esa concienciación se persiguen no resultan fáciles de constatar en el corto o medio plazo. Organizadores y participantes “deberían asegurarse de que el tiempo y esfuerzo que ponen en estos eventos se dirijan a una intervención que realmente traiga algún cambio significativo”, concluyen los autores del trabajo norteamericano referido.
Es una crítica razonable. Sin embargo, y estando de acuerdo con ella, existe una circunstancia en las enfermedades alérgicas, y en el asma en particular, que hacen especialmente valiosa, en su caso, la concienciación que con este tipo de campañas pretende conseguirse: ocurre que, en las enfermedades alérgicas (y el argumento es perfectamente extensivo a la celiaquía, que al fin y al cabo es una intolerancia alimentaria de causa inmunológica), la educación e implicación del propio enfermo tiene una repercusión muy inmediata y evidente en el control de la enfermedad (en cualquier fase, además, de la enfermedad), y la concienciación de familiares, responsables de colegios, empresarios, hosteleros, sociedad en general, tiene una repercusión directa en la mejora de la calidad de vida de las personas afectas. El control del entorno y la evitación del alérgeno ha mostrado evidencias en lo referente al cambio de la evolución de las enfermedades alérgicas. El mantenimiento de una dieta estricta completamente exenta de gluten permite a la persona celíaca mantener un nivel de salud del todo normal. La educación del enfermo asmático, con el refuerzo, entre otras actuaciones, del cumplimiento del tratamiento prescrito, ha mostrado también un impacto muy positivo en el control de esta enfermedad. Por ello, cuando hablamos de enfermedades alérgicas (haciendo extensivo el razonamiento, como decíamos, a la celiaquía) estamos ante un caso especial dentro de las circunstancias generales señaladas por Purtle y Roman, y recogidas en su columna por Zárate.
No se trata sólo de concienciar a la población y a los poderes públicos y económicos de la importancia de dedicar recursos a la investigación, ni de fomentar cambios comprtamentales de forma abstracta: la multitud de actividades desarrolladas en todo el mundo coincidiendo con este Día Mundial del Asma tienen unos objetivos muy claros: mejorar el cuidado de estas dolencias, consiguiendo la implicación del enfermo y de todo su entorno, fomentando pautas comportamentales claras y concretas que han mostrado su eficacia en las diversas fases de la enfermedad.
En el caso concreto del asma, según la Organización Mundial de la Salud, en la actualidad, 235 millones de personas padecen la enfermedad en el mundo y en España estudios recientes afirman que esta patología afecta al 5 % de la población adulta -siendo más alta la prevalencia en mujeres-, y al 8-10 % de los niños (es la enfermedad crónica más frecuente en niños). Sin embargo, estas cifras podrían ser mucho más altas, ya que según el Estudio Europeo de Salud Respiratoria, un 52 % de las personas con asma en España no han sido diagnosticadas y hasta un 26 % de estas no recibe ningún tratamiento, a pesar de sufrir síntomas con frecuencia.
El paciente asmático debe reconocer los desencadenantes de su enfermedad y saber cómo evitarlos, y debe ser consciente de que un adecuado cumplimiento del tratamiento prescrito mejorará su calidad de vida de un modo muy significativo. Por ello, lemas como «Tú puedes controlar tu asma» (que era el lema del año pasado), «Es hora de controlar el asma» o «Que el asma no te pare«, y consejos como los que este año ha divulgado la Sociedad Latinoamericana de Alergia, Asma e Inmunología, son del todo pertinentes (por su interés, los reproducimos textualmente):