Sin haber superado todavía por completo la resaca de las recientes elecciones y con los nuevos equipos de gobierno de los ayuntamientos aún pendientes de constituirse, nos ha parecido oportuno traer a colación una reflexión sobre el papel que podría jugar un alergólogo entre los técnicos municipales.
Quizás a priori la idea de incluir un alergólogo en el área de parques y jardines de un ayuntamiento pueda parecer innecesario o una excentricidad, pero la realidad es que podría aportar mucho en el diseño, desarrollo y mantenimiento de las zonas verdes de la ciudad.
Durante décadas, en nuestras ciudades se ha primado la elección de especies vegetales con elevada capacidad alergénica en el diseño de nuestros parques públicos, por características que las hacen fáciles de adquirir o mantener, o atractivas para el paseante. El caso de algunas cupresáceas se justifica por su frondosidad, que las hace ideales para la creación de setos que aislen o separen distintos espacios, junto a su capacidad para dar una sombra espesa. El plátano de sombra, por su parte, es un árbol que no requiere cuidados complicados. Pero, además de esas características deseables, estas dos especies citadas como ejemplo son muy alergénicas.
Junto a lo anterior, el aumento de la contaminación atmosférica incrementa la capacidad alergénica de los pólenes, y hace que al mismo tiempo nuestras vías respiratorias se vuelvan más sensibles. Unos y otros factores han contribuido a que , a pesar de que en el entorno urbano la variedad y cantidad de polen es mucho mayor, la prevalencia de alergia por sensibilización a pólenes es muy superior, y creciendo, en el entorno urbano.
Precisamente el caso del plátano de sombra ofrece un ejemplo destacable: a finales de los años 80, en Madrid, solamente el 2% de la población era alérgica al polen del plátano de sombra; actualmente (con más de 73.000 de estos árboles plantados en la ciudad, lo cual representa la cuarta parte de sus especies vegetales), la cifra asciende al 40%. En Barcelona, por su parte (con casi 58.000 plátanos de sombra, casi un tercio de sus árboles), el 37% de los ciudadanos está sensibilizado frente a este polen.
Los responsables del diseño de los parques y jardines urbanos deben concienciarse de que el efecto de las especies alergénicas sobre la población alérgica es un factor negativo de entidad suficiente como para ser tenido en cuenta en la planificación de las zonas verdes. Teniendo en cuenta que talar todos los árboles y plantas problemáticas no es una opción, habría que sustituir progresivamente las especies altamente alergénicas por otras como magnolios, naranjos, limoneros y plantas aromáticas como la lavanda o la salvia, evitando, además, la introducción de variedades exóticas que podrían causar nuevas alergias, para decantarse por flora autóctona plantada en cantidad adecuada. Esas son las conclusiones a las que permitía llegar un trabajo de investigación llevado a cabo por el Departamento de Botánica de la Universidad de Granada en 2008.
Es lo que llaman «jardinería hipoalergénica», y, aunque es un planteamiento presente (al menos en teoría) en la planificación paisajística de algunas ciudades, no hay ninguna ciudad española que haya conseguido llevarlo a la práctica de una forma efectiva.
Decantarse por unos árboles u otros, en función de la zona y de la prevalencia conocida de la alergia a las distintas especies, o hacer podas controladas en invierno para reducir la producción de polen en primavera, son dos medidas concretas que previsiblemente tendrían efectos beneficiosos en la evolución clínica de muchas personas alérgicas de la cuidad.
Y un alergólogo podría orientar y asesorar en este sentido.