Theodore Roosevelt (1858 – 1919) fue el vigésimo sexto Presidente de los Estados Unidos de América, cargo que ocupó entre 1901 y 1909. Es recordado como un Presidente con fuerte personalidad, con amplitud de intereses y gran capacidad de liderazgo. Sus logros, tanto en política interior (durante su mandato se aprobaron multitud de leyes progresistas) como en política exterior (en la que abogó por el expansionismo estadounidense, consiguiendo, por ejemplo, controlar las que hasta entonces habían sido posesiones españolas en el Caribe, como Cuba, y en el Océano Pacífico), ha hecho que sea considerado como uno de los presidentes más importantes de los Estados Unidos. El suyo es uno de los cuatro rostros esculpidos en el Monumento Nacional Monte Rushmore, junto a George Washington, Thomas Jefferson, y Abraham Lincoln (en la fotografía adjunta, de Dean Franklin, Theodore Roosevelt es el tercero por la izquierda):
Durante su infancia, Roosevelt fue un niño enfermizo. Uno de los principales problemas de salud que padeció fue un padecimiento crónico que le condicionaba dificultad respiratoria y sibilancias. Siempre se ha interpretado como asma, pero, de acuerdo con los conocimientos de la época, se asumía que era de carácter «psicosomático».
Un trabajo recientemente publicado en la revista The Journal of Allergy and Clinical Immunology con el título The Misunderstood Asthma of Theodore Roosevelt, cuyo primer autor es C.A. Camargo, ha revisado miles de documentos (y no es descartable que entre ellos haya incluso documentos privados), interpretándolos desde la óptica de la actual concepción del asma. Los autores del trabajo nos cuentan que los registros históricos proorcionan una fuerte evidencia de que, efectivamente, se trataba de un asma persistente mal controlada. Como en muchos pacientes, su asma entró en un estado de menor intensidad sintomática durante la adolescencia. En su caso, coincidió con el inicio de un vigoroso programa de ejercicio. Aunque Roosevelt también padeció exacerbaciones, incluso graves, durante su juventud y su edad adulta, siempre estuvo convencido (tanto él como su entorno más cercano) de que había conseguido controlar su enfermedad (a la que, como hemos dicho, se atribuía un importante componente psicosomático), gracias a su determinación y a su constancia en el ejercicio. Si bien es cierto que la actitud de los pacientes crónicos tiene una fuerte influencia en cómo viven su enfermedad, no hay evidencias de que su enfermedad fuera, en esencia, un padecimiento psicosomático. Pero la sobrevaloración de su propia capacidad para vencer su enfermedad pudo forjar su carácter, contribuyendo al desarrollo de su autoestima y de su férrea creencia de que las personas pueden crear las condiciones necesarias para forjar su destino si tienen la suficiente motivación y voluntad y trabajan duro para conseguirlo.
Así que, probablemente, su asma, junto con otras experiencias, tuvo una importancia decisiva en la configuración de una personalidad que determinó cambios en la historia del mundo moderno.