En los últimos años, se ha constatado un aumento de la frecuencia de asma infantil, y en España su prevalencia se estima entre un 7 y un 15 %, siendo la prevalencia del asma en los adultos de un 7,70 % aproximadamente.
Diversos estudios epidemiológicos han proporcionado datos que nos permiten tener conocimiento sobre determinados factores, genéticos y ambientales, que se relacionan con una mayor probabilidad de padecerla. Entre los factores genéticos, sabemos, por ejemplo, que la probabilidad de asma alérgica (asma atópica o asma extrínseca) en un niño puede llegar a ser, con variaciones dependientes de la edad, del 40 al 60 % si ambos padres biológicos son atópicos, del 20 al 40 % si sólo uno de ellos lo es, y sólo del 5 al 15 % si ninguno de los padres tiene antecedentes de alergia o atopia.
Sabemos, también, que el asma y la atopia son menos comunes en niños que nacen y viven en granjas con animales, y también son menos comunes en niños que, aún criándose en un medio urbano, conviven con perros u otras mascotas animales.
Un estudio recientemente publicado, concretamente la semana pasada, en la revista Clinical & Experimental Allergy (Alergia Clínica y Experimental), aporta más datos sobre este asunto. Se trata de una investigación en la cual se siguieron en el tiempo (este tipo de estudios reciben el nombre de prospectivos) a 3.768 niños británicos, desde el embarazo hasta los 7 años de edad. Precisamente los estudios prospectivos se consideran de mayor fiabilidad que los retrospectivos, pues en aquéllos puede recogerse con mayor rigor la información relativa a los aspectos que interesan, y constatar igualmente los posibles cambios que se produzcan en el tiempo (por el contrario, los estudios retrospectivos, que obtienen la información a partir de registros como las historias clínicas, otros documentos generados en el pasado para otros fines o encuestas en cuyas respuestas influye la memoria de los entrevistados, pueden adolecer de mayor pérdida de datos o menor precisión de los mismos). En este trabajo, realizado por un equipo de investigadores encabezado por S. M. Collins, de la Universidad de Bristol, se valoró especialmente la presencia o ausencia de mascotas animales, la existencia de atopia, y el desarrollo de asma bronquial, para finalmente relacionar entre sí estas variables.
Los resultados, en lo referente a la atopia y al asma alérgica, no son diferentes de lo que ya sabíamos: convivir con mascotas animales (¡ya desde el embarazo!) se relacionó con una menor probabilidad de atopia y sensibilización a aeroalergenos, así como de asma atópica en los niños; independientemente de qué animal fuera la mascota.
Sin embargo, cuando se prestó atención al asma no alérgica (asma intrínseca)… en este caso los resultados fueron novedosos: la convivencia con mascotas durante el embarazo y la primera infancia tendía a asociarse con un mayor riesgo de asma no atópica o intrínseca; y esa relación era más sólida si la mascota era un conejo o un roedor (no es tan raro tener un roedor como mascota: ¿nunca has conocido a nadie que tuviera un hamster?).
Se necesitan, por supuesto, muchos más estudios que nos permitan ampliar nuestros conocimientos sobre este asunto, pero los datos que proporciona este trabajo, titulado «Pet ownership is associated with increased risk of non-atopic asthma and reduced risk of atopy in childhood: findings from a UK birth cohort» («La tenencia de mascotas se asocia con mayor riesgo de asma no atópica y un menor riesgo de atopia en la infancia: resultados de una cohorte de nacimientos de Reino Unido«), apoyan la hipótesis de que los mecanismos implicados en el desarrollo del asma no alérgica pueden no ser exactamente los mismos que determinan el desarrollo del asma extrínseca.