Los lemmings son unos roedores que habitan en las tundras, en la taiga y praderas árticas del norte del continente americano, y en algunas regiones de Eurasia. Viven en manadas que, con frecuencia, se ven hipertrofiadas por explosiones demográficas relacionadas con su gran capacidad reproductiva.
Existe el mito de que los lemmings se suicidan en masa arrojándose al mar desde acantilados. Este fenómeno fue incluido en una película documental de 1958 producida por Disney y dirigida por James Algar, titulada «White Wilderness«, que ganó un Oscar en la categoría de mejor documental en 1959, así como un Oso de Oro del Festival de Cine de Berlín, también en una categoría documental. La popularidad que esta película obtuvo ha fomentado y perpetuado el mito del suicidio de los lemmings, aunque la realidad es que no existen pruebas fehacientes que avalen que los lemmings se suiciden. Incluso existe polémica acerca de si las escenas incluidas en la película, que mostraban a un grupo de lemmings lanzándose al agua, ocurrieron tal como se presentan o, por el contrario, fueron preparadas y provocadas por los cineastas.
El caso es que durante mucho tiempo ha existido la idea de que los lemmings se lanzan de vez en cuando a una loca carrera que, dramáticamente, terminaba en una caída hacia las frías aguas del Ártico cuando el suelo firme desaparecía bajo sus pies, y se ha querido interpretar como un mecanismo de autorregulación de la sobrepoblación de esta especie.
Así lo presentaba el humorista gráfico Mark Parisi en una viñeta de su serie «Off the Mark» titulada «La paternidad en los lemmings«, en la que el padre lemming le dice al hijo : «Sí, Scott… si todos tus amigos se tiran por un barranco, entonces tú también deberías hacerlo».
Sea cierto o no el mito del suicidio de los lemmings, la idea de los miembros de una misma especie comprometidos en una frenética carrera que termina absurdamente en un suicidio colectivo nos viene, hoy, de perlas, porque queremos hablar del cambio climático.
Ayer lunes se inició la 21ª Conferencia de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida de forma abreviada como la Cumbre de París sobre Cambio Climático. El cambio climático, básicamente consistente en el fenómeno conocido como calentamiento global, causa decenas de miles de muertes cada año, por razones diversas como los cambios de patrones de las enfermedades, la producción de fenómenos meteorológicos extremos, como las olas de calor y las inundaciones, así como la degradación de la calidad del aire, del saneamiento y de los abastecimientos de agua y alimentos.
El cambio climático es un fenómeno global sobre cuya existencia y origen no existen dudas desde el punto de vista científico: hay consenso entre los expertos en lo referente a que el cambio es real y a que los humanos somos los culpables del mismo, en gran medida por la contaminación derivada de las actividades industriales y el transporte motorizado. Hay, además, consenso respecto a una gran parte de sus efectos. Hace apenas unos días exponíamos en este blog (en nuestra entrada «El desnorte de la paloma y el otoño que nunca fue«) las consecuencias directas que el fenómeno produce con repercusiones en los patrones de las enfermedades alérgicas: la época de polinización primaveral se está adelantando, aproximadamente a razón de cinco días por década, y los periodos de polinización se están alargando; el propio dióxido de carbono presente en la atmósfera parece aumentar directamente la producción de pólenes en diferentes plantas alergénicas (la época de polinización resulta, por tanto, más agresiva para las personas alérgicas, pues la presencia de polen en el aire es más elevada y más prolongada). Además, los cambios climáticos están condicionando modificaciones en la biosfera; las relaciones competitivas entre especies (de animales o de plantas) de diferentes clases se ven alteradas, y múltiples especies están siendo desplazadas fuera de sus hábitats: como consecuencia de eso, estamos constatando que aumentan también las especies de plantas que pueden generar alergias a los pacientes predispuestos.
Por otra parte, algunos de los fenómenos climáticos extremos que han tenido lugar en los últimos años se relacionan también con el cambio climático, como es el caso de algunas de las olas de calor, que tienen consecuencias importantes en la evolución de muchas personas asmáticas. Además, hay sequías y lluvias (a veces, de intensidad dramática) en épocas del año que no corresponden con los patrones habituales, lo cual puede poner en riesgo la supervivencia de múltiples especies de la biosfera, alterar los sistemas y recursos alimentarios incluso del ser humano, propiciar o intensificar grandes flujos migratorios, …
Los expertos dicen que la nuestra es la última generación con margen de maniobra para evitar que el daño sea irreversible. Pero, al mismo tiempo, se sorprenden por el hecho de que la población general, y sus representantes en las instituciones, no parecen hacerse del todo conscientes de la gravedad del problema, y las actuaciones coordinadas son más escasas o más débiles de lo deseable. Somos, siguiendo con el símil de los lemmings (los lemmings del mito), como una manada de lemmings que nos dirigimos inconscientemente hacia el precipicio… pero, eso sí, subidos en nuestros vehículos motorizados, coches automáticos de alta gama cuya contribución a la contaminación ambiental nos preocupa menos de lo que debería.
Andrés Rábago, ilustrador que firma en El País como El Roto, es uno de los autores que de forma más reiterada y certera nos invita a reflexionar sobre esa paradoja. Éstos son algunos ejemplos de su obra:
Quizás si nosotros no dejamos de correr hacia ese precipicio, podría no tener ya relevancia alguna hacia dónde corran las generaciones venideras.
Y así nos lo contó Wasserman, dejando que los propios lemmings, paradigmas del suicida inconsciente, se pregunten si deberían avisarnos de hacia dónde estamos yendo: