Como lenguaje técnico que es, el lenguaje científico debe cumplir tres características que se aceptan como fundamentales: concisión, claridad y precisión. Es decir, el mensaje científico debe ser conciso, claro y preciso.
Los textos científicos deben tender a la concisión porque es fundamental centrarse en lo que realmente quiere transmitirse, omitiendo lo superfluo para evitar que un documento demasiado largo disuada al lector de leerlo completo, o confunda al destinatario del mensaje respecto a cuál es la información verdaderamente relevante que se le quiere hacer llegar.
Los textos científicos deben, también, ser claros: deben evitarse factores que puedan inducir a confusión. A diferencia de otros lenguajes, como el literario (y muy especialmente, el poético), en el que la belleza del mensaje es un fin en sí mismo, el lenguaje científico sacrifica los aspectos ornamentales en pro de la claridad del mensaje.
Finalmente, el lenguaje científico debe ser preciso: es necesario expresar exactamente lo que se quiere expresar, sin frases que puedan prestarse a doble sentido o a interpretaciones diversas. Esta necesidad de precisión es lo que hace que la polisemia (el fenómeno por el que una misma palabra tiene más de un significado) sea tan poco frecuente en medicina.
Ciertamente, hay formatos en los que es difícil atenerse de forma estricta a estas tres características. La brevedad de los mensajes de Twitter (140 caracteres), sin ir más lejos, es un ejemplo claro de concisión llevada a su máxima expresión, pero con frecuencia la supresión de artículos de otros elementos que se consideran secundarios puede dificultar la claridad o incluso la precisión del mensaje. También puede verse comprometida la precisión cuando la información científica se traslada a la prensa generalista, especialmente si quienes la presentan no son periodistas especializados o si esa información se obtiene de fuentes que previamente ya han hecho una interpretación, y no se confirma en la fuente original.
Ayer comentábamos en este blog que la Confederación Nacional de Autoescuelas destacaba la relevancia que tienen las alergias respiratorias en el origen de accidentes de circulación. Este organismo refería que la alergia respiratoria se puede considerar implicada como causa directa o indirecta en un 2 a 5 % de los accidentes de tráfico con heridos, y que un 2 % de esos accidentes resultaban mortales. Hoy hemos leído en diversos medios de comunicación general que «la Confederación Nacional de Autoescuelas alerta de que las alergias respiratorias están relacionadas con un 2 por ciento de los accidentes mortales en coche», e incluso algunos profesionales han plasmado este dato en las redes sociales. Si nos detenemos a analizar ambas afirmaciones, no obstante, veremos que las cifras no coinciden. Ciertamente, un 2 a 5 % de los accidentes de tráfico ya es una cifra muy elevada como para considerar que las alergias suponen un riesgo muy relevante y buscar soluciones. Pero relacionarlas con el 2 por ciento de todos los accidentes mortales es una interpretación exagerada.
De ahí la importancia de intentar extraer la información siempre de la fuente original, a cuya lectura ya invitábamos en nuestra entrada anterior:
http://www.cnae.com/Pagina.aspx?sec=97&det=1306&fecha=0