Archivo por años: 2016

¿Cómo afectan las temperaturas extremas a la adrenalina?

Ya hemos comentado en diversas ocasiones que la adrenalina es el fármaco utilizado en situaciones de urgencia para frenar la progresión de una anafilaxia (una reacción alérgica grave, con riesgo vital), incluso para revertir sus síntomas.

Hemos referido también que este fármaco está disponible en dispositivos para autoinyección, que pueden ser utilizados directamente por el propio paciente por la sencillez de su manejo: son dispositivos que el paciente con riesgo de anafilaxia debe conservar y llevar consigo en aquellas situaciones en las que el riesgo pueda concretarse.

Por ese motivo, resulta de extraordinario interés garantizar una adecuada conservación.

El prospecto del medicamento, en una u otra preparación comercial, aconseja conservarlo por debajo de 25º C, y no congelarlo. Eso no quiere decir que no pueda haber cierta flexibilidad, ya que la utilidad del dispositivo autoinyector reside precisamente en que el paciente puede llevarlo consigo: se permite mantenerlo entre 15º C y 30º C en salidas o viajes.

Recientemente se ha publicado en la revista Annals of Allergy, Asthma & Immunology una revisión sistemática que analiza lo que se ha publicado en la literatura científica sobre la degradación de la adrenalina por exposición a frío o calor excesivos. El trabajo lleva por título, precisamente, «A systematic review of epinephrine degradation with exposure to excessive heat or cold» («Una revisión sistemática de la degradación de adrenalina con exposición a calor o frío excesivos«), y está firmado por cuatro investigadoras del Children’s Hospital de Seattle (Washington) y el Departamento de Pediatría de la Universidad de Washington.

Las autoras se dedicaron a buscar todos los artículos en los que se valorara el estado de la adrenalina (en jeringas cerradas, viales o ampollas, y a concentraciones entre 1:1.000 y 1:10.000) expuesta a temperaturas por encima y/o por debajo de las recomendadas y se comparara muestras control (de adrenalina conservada siempre a las temperaturas recomendadas).

Incluyeron en su análisis nueve trabajos. Encontraron que la exposición al calor tuvo como consecuencia la degradación de adrenalina, pero sólo con una exposición prolongada. El calor constante se tradujo en una mayor degradación. Por el contrario, en ninguno de los estudios que evaluaron la exposición de adrenalina al frío extremo condicionó una degradación significativa. En ninguno de los estudios que evaluaron los efectos de las fluctuaciones naturales de temperatura (sin intervención de aparatos artificiales) determinaron tampoco una degradación significativa.

Sólo en dos estudios (uno que evaluaba el calor y otro la congelación) se analizó el funcionamiento de autoinyectores, y los 40 aparatos probados se dispararon correctamente.

Las autoras concluyeron que las excursiones en las que el fármaco se sometía a fluctuaciones naturales de la temperatura no parecieron tener consecuencias negativas en la conservación del mismo. La congelación o exposiciones limitadas a ambientes calurosos (en excursiones, por ejemplo, como podría ser un día de playa) no tuvieron como consecuencia una degradación del fármaco. Sin embargo, puesto que la mayoría de los trabajos que encontraron (con las dos excepciones descritas) prestaban atención a la conservación del fármaco sin preocuparse del funcionamiento del dispositivo autoinyector, consideraron interesante investigar más sobre los posibles efectos de la temperatura en el mecanismo de disparo de éstos.

  En cualquier caso, parece también razonable concluir que si un autoinyector de adrenalina se ha visto expuesto a temperaturas extremas y es el único aparato disponible en una situación de emergencia, debe utilizarse: hay que ser consciente de que puede existir una cierta pérdida de eficacia, pero no por haberse expuesto a esas temperaturas va a resultar tóxico.

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Clamor popular en Andalucía por una sanidad digna

Hubo un tiempo en que teníamos muchos motivos para estar orgullosos de nuestro servicio público de salud, y, de hecho, estábamos orgullosos. Incluso llegábamos a decir (porque de verdad lo pensábamos) que teníamos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, si no el mejor.

Las bases de nuestro Sistema Nacional de Salud se establecieron en 1986 con la llamada Ley General de Sanidad. Se creó entonces un sistema de salud con vocación de universal, que ofrecía una atención integral de forma gratuita en la mayoría de los casos, y esgrimía la equidad (un concepto relacionado con la justicia social, que hace referencia a dar a cada cual en función de sus necesidades) como una de sus banderas: motivos, como decíamos, para estar orgullosos.

Pero pasaron las décadas, y el desequilibrio resultante de los recursos necesarios (para mantener una medicina de calidad, con un elevado nivel de tecnificación, para todos en todas las circunstancias) y los que realmente se inyectaban al sistema (en un escenario de crisis económica global, en el que, además, las prioridades de quienes tenían capacidad de decisión no siempre han coincidido con las de los ciudadanos) dieron como resultado múltiples deficiencias que, a pesar de los esfuerzos de los profesionales sanitarios, han terminado repercutiendo sobre los pacientes. Durante años, el sistema se ha estado manteniendo gracias a contar con profesionales extraordinariamente preparados, extraordinariamente motivados, y extraordinariamente mal pagados (muy por debajo de la mayoría de países de nuestro entorno), capaces de dejarse la piel para sostener sobre sus hombros el funcionamiento de los servicios, a pesar de niveles de precariedad laboral y de sobrecarga de trabajo que no se dan en otros sectores.

Y en la actualidad, a pesar de ello, las carencias del sistema son evidentes, aunque desde el Gobierno (en este caso, del Gobierno de las Comunidades Autónomas, en nuestro caso la Junta de Andalucía, pues las competencias de asistencia sanitaria están transferidas a las Comunidades Autónomas) se intente transmitir públicamente otra imagen diferente.

Y, finalmente (¡por fin!), ya no son sólo los profesionales sanitarios los que están denunciando la situación, sino que la población ha decidido implicarse para reivindicar una sanidad digna.

En Andalucía, la punta de lanza ha sido Granada, donde un médico de urgencias hospitalarias, Jesús Candel, más conocido por el apodo «Spiriman» se ha erigido en líder y en símbolo de la unión entre profesionales y usuarios, consiguiendo, valiéndose de una utilización constante y entusiasta de las redes sociales, aunar a unos y otros para reivindicar mejoras en una sanidad cuya gestión se estaba considerando ya intolerable. Y otras ciudades andaluzas se están uniendo a la protesta, pues el mal es general.

Ayer domingo hubo manifestaciones para reivindicar una sanidad digna en Granada, Málaga y Huelva, en las que participaron decenas de miles de personas.

Con diferencia, la de Granada fue la más multitudinaria, pero el clamor simultáneo (por supuesto, no casual) en las tres ciudades andaluzas es una muestra de que la conciencia se está expandiendo.

Hubo un tiempo en que estábamos orgullosos de nuestro servicio público de salud, y teníamos motivos para ello. Hoy, nos sentimos orgullosos  de que decenas de miles de personas, profesionales y usuarios, se manifiestan de forma reiterada (incluso a pesar de un tiempo inclemente) para reivindicar mejoras en el mismo. Lamentablemente, también tenemos motivos para ello.

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Pancarta que encabezaba la manifestación en Málaga.