Diez falsos mitos sobre la urticaria (I)

Con motivo de la Semana Mundial de la Alergia que recientemente se ha celebrado (entre el día 2 y el 8 de este mes de abril), la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica ha divulgado un documento que recoge 10 falsos mitos sobre la urticaria, que gozan de un cierto grado de credibilidad entre los afectados (e, incluso, en algunos casos, por profesionales sanitarios), y que es conveniente desterrar, por no basarse en evidencia científica suficiente o, directamente, porque existe evidencia de lo contrario.

Analizaremos hoy los cinco primeros, y abordaremos mañana los restantes.

Son los siguientes:

MITO 1: Los corticoides orales/cortisona son los fármacos de elección para el tratamiento de la urticaria crónica espontánea.

El tratamiento de elección en el caso de la urticaria crónica espontánea es la administración diaria de antihistamínicos de segunda generación, que son los llamados no sedantes, por no producir sueño. La prescripción de estos medicamentos debe ser siempre efectuada por un médico, el cual decidirá cuál es el idóneo, las dosis más adecuadas y su duración: el hecho de que algunos de estos medicamentos puedan adquirirse sin necesidad de receta médica no debe interpretarse como una invitación a la automedicación. Los corticoides orales, por su parte, debido al riesgo de efectos secundarios que conllevan, se reservan para los brotes más severos donde han fallado otros fármacos, y deben de ser siempre pautados por un médico, a las dosis y duración más adecuada para cada paciente.
MITO 2: Los antihistamínicos clásicos son mejores que los antihistamínicos de segunda generación para tratar la urticaria.
En la actualidad, se prefiere utilizar para el tratamiento de la urticaria los antihistamínicos de segunda generación (que son los no sedativos, a los que nos hemos referido arriba), frente a los antihistamínicos de primera generación o clásicos (llamados sedativos, pues éstos sí pueden producir somnolencia), por el mejor perfil de seguridad y menores efectos secundarios (y no solamente por el aspecto referido de la somnolencia) y la mayor duración del efecto de segunda generación con respecto a los de primera generación.
MITO 3: ¡Llevo semanas con ronchas y esto tiene que ser una alergia!
En la inmensa mayoría de los casos de urticarias crónicas (que son las que duran más de 6 semanas) la causa rara vez es de tipo alérgico. En la mayoría de las ocasiones, la urticaria se debe a una activación del sistema inflamatorio por causas de otro tipo, habitualmente no relacionadas con factores externos. Se trata de un cuadro con manifestaciones clínicas similares a las de algunos cuadros alérgicos, y cuyos síntomas suelen responder, en mayor o menor medida, a tratamientos similares a los que se usan en aquéllos, por lo que se tiende a equipararlos, pero no son lo mismo.
MITO 4: Un test de intolerancia alimentaria ayudará a resolver mi problema de urticaria.
Existen una serie de pruebas llamadas tests de intolerancias alimentarias, que no están orientadas a detectar problemas de tipo alérgico. En algunos casos, buscan constatar hechos objetivos que permitan identificar la presencia de fallos metabólicos que, efectivamente, interfieran con la normal digestión de alguna molécula: se trata, por ejemplo, del test de intolerancia a la lactosa. En otros casos, se trata de baterías amplias para buscar de forma simultánea intolerancias a múltiples alimentos mediante un simple análisis de sangre, las cuales no tienen soporte científico: los test de intolerancias a alimentos que realmente tienen utilidad se hacen de uno en uno, siempre orientados a descartar la intolerancia a un alimento concreto, basándose en una sospecha clínica a la que se llega tras analizar los síntomas que el paciente cuenta. En cualquier caso, las pruebas de intolerancia alimentaria no han demostrado utilidad en el diagnóstico o manejo de la urticaria crónica, y pueden llevar innecesaria e inconvenientemente a la realización de dietas muy restrictivas (e incluso perjudiciales) sin ningún fundamento científico que las respalde.
MITO 5: Tomar leche ayuda a mitigar un brote de urticaria.
No se ha demostrado que beber un vaso de leche en pleno brote de urticaria alivie los síntomas. En este caso, al menos, no se trata de un mito perjudicial, pues tampoco existe constancia de que beber leche empeore los síntomas, pero las expectativas que muchas veces se depositan en este supuesto remedio no tienen fundamento.
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Hace un año, tal día como hoy, hablábamos de la relación entre cambio climático y alergias

Coincidiendo con la Semana Mundial de la Alergia de 2016 (cuya edición correspondiente a este año acaba de terminar), que llevaba por lema “El cambio climático agrava las alergias a nivel mundial”, abordábamos en este mismo blog, en una entrada con el mismo título, la relación entre el cambio climático y el aumento de las alergias respiratorias, muy especialmente las originadas por sensibilización a pólenes.

¿Qué ha cambiado al respecto desde entonces?

Los hallazgos más recientes no desmienten esa afirmación, sino que, por el contrario, afianzan esa certeza.

El calentamiento de las temperaturas globales puede llevar a temporadas de floración, y, por tanto, de polinización, más largas; lo cual implica que habría polen en la atmósfera, en cantidades suficientes para producir síntomas a las personas alérgicas (o para sensibilizar a quienes no lo fueran previamente), durante más tiempo. Como consecuencia del calentamiento global los cambios entre las estaciones se van haciendo más tenues, los límites entre una y otra más diseminados: ese fenómeno, que todos percibimos, condiciona que las alergias se desestacionalicen. Las manifestaciones que antes pudieran estar limitadas a una estación concreta (la primavera como ejemplo más claro) se inician antes o/y se prolongan a partir de las fechas en que solían concluir.

La contaminación ambiental, directamente relacionada con el calentamiento global (en cuya causa juega un papel conocido), tiene también efectos sobre las alergias respiratorias.

La mayor cantidad de CO2 en el aire significa mayor disponibilidad del mismo para las plantas, que lo utilizan en sus procesos metabólicos. Eso podría conducir a más crecimiento de las plantas y más polen en la atmósfera, lo cual se relacionaría directamente con la intensidad de los síntomas de las personas alérgicas.

Por otra parte, el estrés a que se ven sometidas las plantas como consecuencia de la contaminación (hecho que se ha comprobado respecto a las partículas de diésel) origina que aquéllas reaccionen de manera defensiva produciendo nuevas proteínas, denominadas proteínas de estrés, que tienen un efecto directo sobre la alergenicidad de los granos de polen.

Malas noticias para las personas alérgicas.

Es obvio que éstos no son los únicos efectos de la contaminación y del calentamiento global, pero sí son los más relacionados con la materia objeto de este blog.

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