La importancia de la alergia ocupacional (sobre el I Máster en Patología Alérgica Ocupacional)

El último Congreso de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR), celebrado el pasado mes de agosto en Granada, dedicó una atención específica al asma ocupacional.

El  asma ocupacional  es  un  cuadro  de  obstrucción  bronquial reversible al flujo aéreo asociado a una hiperreactividad bronquial, provocado por la exposición a sustancias presentes en el lugar de trabajo. No siempre se trata de un problema de tipo alérgico, sino que a veces puede estar relacionado con la exposición a agentes irritantes, como polvo, vapores, gases o humo. Pero con frecuencia la causa es de carácter alérgico, y se debe a la exposición a alérgenos presentes en el puesto de trabajo: harinas, epitelios de animales, látex, serrín de diversas maderas, …

Se trata de la enfermedad ocupacional respiratoria más frecuente, y el riesgo atribuible a la exposición laboral es del 10 al 25 por ciento de los casos, equivalente a una incidencia de 250 a 300 casos por millón de habitantes al año.

Aún con su elevada prevalencia, el asma ocupacional es una enfermedad altamente infradiagnosticada debido a las dificultades que plantea su detección. Su diagnóstico requiere demostrar la existencia de asma y, seguidamente, confirmar la relación con algún agente presente en el medio laboral. En algunas ocasiones, los trabajadores abandonan su puesto de trabajo sin haber llegado a ser diagnosticados, mientras que en otras continúan trabajando, paliando sus síntomas con medicamentos, por temor a perder el empleo.

Por otra parte, la alergia ocupacional no solo se manifiesta como asma. Hay trabajadores que pueden padecer, rinitis, conjuntivitis, dermatitis de contacto alérgicas, o incluso anafilaxias de repetición, por contacto con sustancias presentes en su puesto de trabajo.

Al igual que en el caso del asma, el diagnóstico de estos cuadros requiere, inicialmente, constatar el síndrome clínico, y posteriormente identificar el agente presente en el puesto de trabajo que está causando el problema.

Nuestro sistema de Seguridad Social dispone de una serie de prestaciones que garantizan a estas personas la protección que necesitan para poder separarse de su puesto de trabajo sin que ello les suponga una ruina económica. A veces, el problema puede solucionarse con un simple cambio de puesto de trabajo. Otras veces, procederá el reconocimiento de una incapacidad permanente, con los derechos económicos que le son inherentes (la percepción de una pensión, independientemente del tiempo que el trabajador hubiera estado cotizando, pues este tipo de circunstancias, las llamadas contingencias profesionales, no se requiere cotización previa para generar el derecho: muchas de estas alergias ocupacionales están consideradas enfermedades profesionales por nuestro sistema de Seguridad Social, el cual, de esta forma, otorga una especial protección a las personas que las padecen).

Pero, obviamente, para que el trabajador pueda beneficiarse no sólo de los tratamientos médicos disponibles, sino de las prestaciones que le brinda nuestro sistema de protección social, a las que tiene derecho, lo ideal sería que las personas que le atienden, que diagnostican el problema y que le proponen tratamiento médico, puedan también proporcionarle orientación sobre sus opciones y sus derechos en estos casos.

Hay que enfocar estas enfermedades o sólo con un enfoque biomédico, sino también con consideración a sus repercusiones laborales y sociales. El enfoque integral de estos problemasno puede limitarse a indicar un tratamiento médico y a, en su caso, aconsejar al enfermo «un cambio de trabajo», sino que es necesario proporcionarle información sobre las prestaciones existentes para que ese «cambio de trabajo», si realmente es necesario, no se quede en un simple consejo abstracto (e inalcanzable), sino una realidad con las menores consecuencias negativas posibles para el trabajador.

Ese es el enfoque que acertadamente proponen la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) y el Colegio Oficial de Médicos de Málaga para el Máster Universitario en Patología Alérgica Ocupacional que organizan conjuntamente, y cuyo inicio está previsto para el próximo 10 de octubre de 2016. Si quieres conocer más sobre este curso, dirigido por las Dras. Mª José Torres Jaén y Ana Gómez Álvarez y el Dr. José Luis de la Fuente Madero, y cuyo programa, con una carga lectiva de 60 créditos ECTS, abarca todos los aspectos necesarios para el enfoque integral de estas enfermedades, pulsa sobre la imagen:

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A veces, el tomate (o alguno de sus componentes) sí tiene la culpa: El alérgeno del mes.

La semana pasada supimos que un equipo de investigadores españoles ha descubierto dos nuevos alérgenos en el tomate. El trabajo está dirigido por científicos de la Universidad Complutense de Madrid, analiza muestras de 22 pacientes alérgicos al tomate de los hospitales Infanta Leonor de Madrid y Regional Universitario de Málaga, y se ha publicado en la revista Molecular Nutrition and Food Research.

El tomate (Solanum lycopersicum o Lycopersicon esculentum) es una planta de la familia de las solanáceas, muy apreciada como hortaliza comestible,  originaria de Centro y Sudamérica y que en la actualidad se cultiva en todo el mundo para su consumo, tanto fresco como procesado de diferentes modos (puré, zumo, salsas, …).

Se trata de una de las verduras más consumida en la cocina internacional y es también una de las que más frecuentemente producen alergia alimentaria.

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Aunque se han descrito varias proteínas alergénicas en el tomate, incluyendo Lyc e 1 (profilina con un peso molecular de 14 kDa), Lyc e 2 (fructofuranosidasa, con un peso molecular de 50 kDa), Lyc e 3 (una proteína transportadora de lípidos: LTP), Lyc e 4 (una proteína muy similar al alérgeno principal del polen de abedul, Bet v 1), Lyc e quitinasa (31 kDa), Lyc e peroxidasa (44 kDa), Lyc e 11S,  y otras, la alergia al tomate genuina se consideraba bastante rara: la mayor parte de los casos de sensibilización y de alergia a este alimento se ha constatado siempre en personas sensibilizadas de forma primaria a otros alérgenos aerotransportados (como algunos pólenes) o a otros alérgenos alimentarios con los que se produce una reactividad cruzada. Además, la mayoría de las reacciones alérgicas al tomate son reacciones locales, limitadas a labios, boca y garganta (es lo que llamamos un «síndrome de alergia oral»), y se observan en pacientes sensibilizados a la profilina (Lyc e 1).

Con tales antecedentes, podríamos decir que el tomate parece bastante inocente como causa de alergia… Y se nos viene a la cabeza esa canción popular que nació durante la Guerra Civil española y que también se usó en la revolución cubana y en otros intentos revolucionarios de América latina en el siglo XX:

«Qué culpa tiene el tomate,
que está tranquilo en su mata,
y viene un tío malaje,
y lo mete en una lata…»

Pero, realmente, no es tan inocente.

Hace unos años empezaron a describirse reacciones alérgicas sistémicas graves (anafilaxias) en pacientes sensibilizados a proteínas transportadoras de lípidos (Lyc e 3). Y, por su parte, los dos nuevos alérgenos descubiertos por los investigadores españoles que aludíamos al principio son proteínas muy estables y resistentes al tratamiento térmico y al proceso digestivo, por lo que pueden desencadenar también reacciones anafilácticas en las personas sensibilizadas, aún cuando el alimento se ingiera cocinado. Además, se da una circunstancia que viene a dificultar el diagnóstico: los dos nuevos alérgenos, proteínas de una misma familia que se han bautizado con los nombres Sola l 7 y Sola l 6, se localizan exclusivamente en las semillas del tomate. Eso implica que las personas alérgicas a cualquiera de estas proteínas pueden ser alérgicas a las semillas pero no a la pulpa, ni a la piel, del tomate, por lo que sólo al ingerir las semillas tendrían síntomas. Las semillas se encuentran en la zona más interna del tomate, pero frecuentemente se quitan para cocinarlo o para preparar el plato (por ejemplo, para rellenarlo, como en la próxima imagen), y, en esos casos, si no hay semillas, estas personas podrían tolerarlo sin problemas. Ese hecho, obviamente, dificultaría el diagnóstico, pues el enfermo podría tener la sensación de que tolera el tomate sin problemas y resultaría más difícil relacionar sus síntomas con las semillas del mismo.

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Interesante hallazgo, entonces, que nos descubre que el tomate no siempre es inocente… aunque pueda parecerlo.