¿Una «segunda piel»?: Quizás algún día.

La piel es el órgano más extenso del cuerpo humano: en el adulto tiene una extensión que supera los 2 metros cuadrados, y su peso total oscila entre 5 y 7 kilogramos. Se trata del órgano que, envolviendo la casi totalidad de nuestro cuerpo, constituye la barrera que nos separa del medio ambiente.

Recientemente, los medios de comunicación generalistas han dedicado mucha atención al descubrimiento hecho por un grupo de científicos del Instituto tecnológico de Massachusetts (MIT) junto con la empresa Olivo Labs, que han logrado desarrollar una “segunda piel” hecha de un polímero transparente: se trata de una película que se adhiere a la piel de la persona como una capa fina y prácticamente imperceptible, y que imita las propiedades mecánicas y elásticas de piel sana y joven. Los resultados del trabajo se publicaron el pasado lunes en la revista Nature Materials.

Aunque sus inventores destacan el hecho de que en un futuro podría utilizarse para administrar medicamentos (por ejemplo, fármacos utilizados localmente para tratar problemas de la piel, como eczemas y otros tipos de dermatitis) o como apósito para heridas, llama la atención que lo que más interés parece haber suscitado en la opinión pública (si nos atenemos a lo que reiteradamente destaca la prensa) son sus propiedades cosméticas: al tensar la piel, puede proporcionar un aspecto más terso y juvenil a ésta, y eliminar o disimular las arrugas, así como las bolsas que se forman bajo los párpados inferiores; también puede hidratar la piel.

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Son, sin duda, ventajas, aunque como alergólogos se nos ocurre que también puede proporcionar protección a la piel si se adaptara para funcionar como un filtro ultravioleta de larga duración. Y podría resultar útil también como medio de barrera para evitar el contacto con determinadas sustancias causantes de dermatitis alérgicas de contacto.

El problema que se nos ocurre es que las funciones de la piel no son sólamente mecánicas:

En efecto, tiene una función importante como barrera mecánica, protegiéndonos de la entrada al organismo de virus, bacterias y otros gérmenes que podrían causar enfermedades, así como de agentes químicos que podrían resultar nocivos.

Pero también tiene una función sensitiva: los receptores de la piel detectan los cambios que se producen en el exterior (de temperatura, de presión, vibraciones, …), y ésto permite que el organismo responda ante los diferentes estímulos  del ambiente.

Tiene, también, una función secretora, dependiente de las glándulas sebáceas, que producen sustancias grasas que lubrican el pelo, suavizan la piel y forman una delgada capa protectora en su superficie.

Tiene función termorreguladora: la dilatación o constricción de los vasos sanguíneos más superficiales permite la pérdida o conservación, respectivamente, del calor corporal. El sudor, por su parte, al evaporarse también favorece la pérdida de calor, jugando un papel crucial en la regulación de la temperatura.

Precisamente por el sudor, la piel también cumple una función excretora, permitiendo la salida al exterior para su eliminación de sodio, cloro, urea, y otras sustancias.

No parece fácil que una capa construida a base de un polímero, por elástica que finalmente resulte, permita llevar a cabo estas funciones que nuestra piel desempeña sin que nos demos ni cuenta.

¿Te has parado a pensar por qué motivo todavía son necesarios los trasplantes de órganos?: el ser humano ha sido capaz de llegar a la luna, y hemos enviado naves incluso más lejos, pero todavía no hemos conseguido construir artefactos artificiales que resulten eficaces para sustituir con éxito un corazón o un hígado dañados.

Nuestros órganos son el producto asombroso de milenios de evolución. También la piel. Quizás, algún día, consigamos un sustituto artificial que pueda imitarla de un modo satisfactorio: pero, para eso, habrá que mirar más allá de los aspectos meramente cosméticos.