Las acciones terroristas llevadas a cabo la semana pasada en París y en Beirut nos resultan tan incomprensibles que no es difícil referirse a los terroristas como «locos». Nuestro entendimiento no consigue encontrar una explicación a crueldad tan extrema: el sinsentido se caracteriza, precisamente, por carecer de sentido.
Puesto que no podemos encontrar una justificación a la masacre (no se trata de que discrepemos de su justificación: es, sencillamente, que somos incapaces de concebirla), sólo la enajenación de sus autores nos parece plausible. De ahí, locos.
Pero no están locos. El término «loco» (aunque cada vez menos empleado en el ámbito técnico) se refiere a quien padece locura, entendida ésta como enfermedad mental. Y el enfermo mental es eso, un enfermo.
Estos sujetos, por el contrario, no están enfermos, aunque desde nuestra perplejidad con frecuencia nos refiramos a ellos como tales. No tienen un sentido alterado de la realidad: la ven tal como es, pero quieren cambiarla porque no les gusta. Son capaces de organizar sus recursos (para planificar, para coordinar, para cometer sus crímenes atroces, e incluso, si sobreviven, para huir tras cometerlos), y de orientar sus conductas y sus circunstancias hacia sus objetivos. Sus actos parecen, lamentablemente, resultar coherentes con su trayectoria biográfica, al menos, con la más reciente, y parecen tener una lógica interna que ellos son capaces de compartir. Aunque nosotros no la comprendamos.
Ellos son perfectamente conscientes de lo que hacen, y quieren hacerlo.
Así como en el pasado hemos señalado la utilización, en nuestro lenguaje coloquial, de los términos alergia o urticaria en contextos y con significados muy diferentes al ámbito de la salud y enfermedad, y hemos reivindicado prudencia en su empleo por las consecuencias que ello puede tener para los enfermos, hoy defendemos que los enfermos mentales merecen un respeto. No los degrademos hasta el extremo de llamar locos a estos criminales.
Llamémosles, entonces, por lo que son: criminales, desalmados, inhumanos, crueles, despiadados, perversos, villanos, malvados, asesinos, despreciables, …
Aunque ninguno de esos términos nos parece suficiente. Probablemente el problema es que nuestro diccionario no tiene un término suficientemente preciso para definir tamaña vileza.
Pero no suplamos esa carencia faltando al respeto a los enfermos mentales.