El 11 de mayo de 1974, la prestigiosa revista médica British Medical Journal publicó una escueta carta al director firmada por J. M. Murphy, de Gloucester, Reino Unido, en la que se describía una enfermedad nueva que llamó «escroto de violonchelista«. El autor refería el caso de un violonchelista profesional que, por tocar su instrumento varias horas al día, había terminado padeciendo una inflamación en el escroto, atribuible al roce continuado del testículo (bajo la ropa) con el cuerpo del instrumento.
La enfermedad, así descrita, tenía todas las características para ser considerada una enfermedad profesional en este colectivo de músicos, pero el caso es que no hubo más referencias en la literatura científica a este tema hasta que, en 1991, un médico que también tocaba el violonchelo escribió a la revista para poner en duda su existencia. Este médico argumentaba que, cuando se coge el chelo en la postura normal, el cuerpo del instrumento no establece contacto con los testículos, ni siquiera a través de la ropa, por lo que no se explicaba cómo podía haberse atribuido una inflamación del escroto a esta actividad. Y tenía razón. No parecía plausible, es decir, no parecía admisible, tal interpretación, teniendo en cuenta el argumento que esgrimía.
Precisamente esa característica, la plausibilidad (biológica, en el caso de la medicina), es una de las circunstancias que se tienen en cuenta en las ciencias naturales para establecer relaciones causales. Y el escroto de violonchelista no la cumplía. No tenía plausibilidad biológica, porque, ciertamente, el violonchelo no contacta con el escroto del violonchelista.
A principios de 2009, los autores de la carta inicial reconocieron que todo había sido un juego: «Quizás», dijeron, «tras estos 34 años sea el momento de confesar que nos inventamos el escroto de chelista». Al parecer, habían leído sobre una enfermedad llamada «pezón de guitarrista«, descrita a partir de que los pezones de tres mujeres aprendices de guitarra clásica se inflamaron aparentemente por el contacto con la caja de resonancia, lo juzgaron poco creíble, y les pareció divertido imaginar un trastorno todavía más inverosímil. «Cualquiera que haya visto alguna vez tocar un chelo se daría cuenta de la imposibilidad de nuestro descubrimiento», decían, manifestando su perplejidad por el hecho de que su propuesta se hubiera aceptado como cierta.
Nadie les rió la gracia. No obstante, la broma no tuvo mayores consecuencias, al margen de la pérdida de confianza en sus autores y de un golpe en la autoestima de la comunidad científica, que cada vez es más consciente de que no debe dar credibilidad a una afirmación simplemente por la fuente de la que procede (en este caso, una revista médica prestigiosa).
Y aún asumiendo que la asociación es injusta, es inevitable acordarse del escroto de violonchelista cuando uno lee sobre la reciente descripción de una enfermedad que afecta a los gaiteros profesionales: el llamado pulmón de gaita. Pero no es malo acordarse de la falacia del escroto de violonchelista, porque precisamente por anécdotas como la referida en la actualidad no es tan fácil como hace 40 años asumir la veracidad de una afirmación sólo con base en la fuente de la que procede: hoy somos mucho más suspicaces, y valoramos las afirmaciones de forma mucho más meticulosa antes de aceptarlas como ciertas.
Para empezar, el pulmón de gaita sí tiene plausibilidad biológica. Los autores de un artículo publicado en la revista Thorax este mismo mes de agosto, neumólogos del University Hospital of South Manchester (Reino Unido), describen el caso de un varón de 61 años, aficionado a tocar la gaita, que llevaba varios años con una tos seca persistente y pérdida progresiva de la capacidad pulmonar. El cuadro clínico era compatible con una enfermedad llamada neumonitis por hipersensibilidad, pero los médicos no conseguían encontrar la causa.
La neumonitis por hipersensibilidad es una enfermedad pulmonar inflamatoria crónica que tiene su causa en una respuesta inmunológica a un antígeno inhalado, y que puede evolucionar a una incapacidad grave o incluso a la muerte, como le ocurrió al paciente que nos ocupa. Esta enfermedad también recibe el nombre de alveolitis alérgica extrínseca, porque se trata de una respuesta inmunológica anormal, desproporcionada, aún cuando no está mediada por IgE ni se observa en ella un aumento de eosinófilos. En la respuesta inflamatoria sí se implican, no obstante, otras células del sistema inmune: en fases tempranas, se produce un acúmulo de linfocitos en los alvéolos, los macrófagos segregan espontáneamente diversas citoquinas (que son proteínas que sirven para llevar mensajes u órdenes entre las distintas células del sistema inmune, con un papel fundamental en la regulación de la función de las mismas), y los neutrófilos de la sangre son atraídos hacia los pulmones. Como consecuencia de la reacción inflamatoria, se produce un deterioro de la función pulmonar, con disminución del volumen útil pulmonar (fenómeno al que llamamos restricción) y de los flujos que se mueven por los bronquios (fenómeno al que llamamos obstrucción), y disminución también de la capacidad para transportar oxígeno del aire a la sangre (fenómeno al que llamamos disminución de la difusión).
Las neumonitis por hipersensibilidad, o alveolitis alérgicas extrínsecas, se relacionan normalmente con exposiciones ocupacionales o ambientales. El llamado pulmón del granjero y el llamado pulmón del cuidador de aves son dos de las variantes más conocidas y frecuentes. En el primer caso, los antígenos responsables proceden de hongos presentes en el heno enmohecido. En el segundo caso, los antígenos responsables son proteínas de las aves, presentes en sus excrementos, en sus epitelios o en fluidos orgánicos de las mismas.
En el caso que nos ocupa, sin embargo, la neumonitis por hipersensibilidad se relacionó con una exposición debida a una afición del paciente: tocar la gaita como hobby. Durante todo el periodo de estudio, el paciente había empeorado progresivamente, con la única excepción de un viaje de tres meses de duración que hizo a Australia, en el que mejoró. Los médicos constataron que durante todo el tiempo el paciente había seguido tocando la gaita, a excepción del periodo que pasó en Australia, pues no se había llevado el instrumento consigo. Pudieron confirmar su sospecha al constatar la presencia de hongos en los sopletes de la gaita.
En realidad, no era la primera vez que se constataba un problema de este tipo en músicos que utilizan instrumentos de viento. En concreto, se había descrito un caso en una persona que tocaba el saxofón y otro en una persona que tocaba el trombón. En ambos, la identificación llegó a tiempo, se instauró tratamiento y los pacientes mejoraron y superaron la enfermedad. En el caso del gaitero, lamentablemente, no pudo evitarse su muerte.
Los autores destacan dos conclusiones importantes, que compartimos. La primera es que en las enfermedades alérgicas (y, por tanto, en los casos en que se sospechan), no sólo la profesión y el entorno, sino también las aficiones o hobbies, son especialmente importantes, por lo que siempre debe indagarse sobre ello. La segunda es que la adecuada limpieza de los instrumentos de viento, incluso en su interior, es fundamental. A veces, sin riesgo de exagerar, podríamos decir incluso vital.