Los terribles acontecimientos descubiertos en Gerona la semana pasada han hecho que los medios de comunicación dirijan la atención, una vez más, hacia las llamadas «medicinas alternativas». No vamos a hablar de las circunstancias que pudieron rodear la muerte del niño de siete años cuyo cadáver los Mossos d’Esquadra descubrieron en el domicilio familiar, pero sí dedicaremos la entrada de hoy a decir algo sobre las «medicinas alternativas».
Los lectores habituales de este blog saben que siempre hemos defendido los postulados de la llamada Medicina Basada en la Evidencia, que se basan en el empleo de la mejor evidencia científica disponible para fundamentar las decisiones en Medicina.
Pues bien, bajo esa premisa, las «medicinas alternativas», entre las que se encuentra la homeopatía, nunca han demostrado ser eficaces. Para decirlo de un modo más preciso, entre los múltiples estudios realizados nunca se ha demostrado que las «medicinas alternativas», incluyendo la homeopatía, tengan un efecto mayor que el del placebo, que es el criterio que permitiría atribuirles alguna eficacia. En honor a la verdad, hay algún trabajo en el que se refiere haber encontrado, en el caso de la acupuntura, una efectividad un poco mayor que el placebo para tratar algún tipo de dolor, como mero tratamiento sintomático y sin influir sobre la causa del mismo. Pero ya está: no más que eso. En lo que se refiere, concretamente, a la homeopatía, no existe evidencia de que tenga ninguna eficacia superior a la del placebo. Ninguna. En ninguna indicación.
Y es lo que cabe esperar: si la homeopatía, u otras «medicinas alternativas», hubieran demostrado eficacia, se habrían incorporado (¡sin duda!) a la medicina oficial, y habrían dejado de ser «alternativas». Por ese motivo, tenemos que defender que la expresión «medicinas alternativas» es un oxímoron (una figura retórica que combina, en una misma estructura sintáctica, dos palabras o expresiones de significado opuesto): si son alternativas, no son Medicina.
Pero el caso es que, hoy todavía, y refiriéndonos concretamente a los productos homeopáticos, su comercialización en los cauces farmacéuticos habituales es legal. Eso, evidentemente, crea confusión en el consumidor. Incluso algunos profesionales de la salud se muestran partidarios de su empleo en casos concretos, bajo la premisa de que, al menos, no hacen daño. Pero, por bienintencionado que pueda ser ese planteamiento, es del todo equivocado. Porque esa supuesta inocuidad se desvirtúa por completo si (por desconocimiento, por convicción, por haber recibido un consejo erróneo) estos productos llegan a usarse como alternativa a la medicina real. A veces, pasa. Y las consecuencias (aunque se trate de un simple retraso, aunque finalmente se llegue a imponer la cordura) pueden ser fatales.
Llegados a este punto, podemos responder ya a una pregunta que, en ocasiones, se nos formula a los alergólogos (con más frecuencia, lamentablemente, de la que nos gustaría). ¿Cuándo están indicados, entonces, los productos homeopáticos, en el caso de enfermedades alérgicas?
La respuesta es tan breve como contundente:
Nunca.