En nuestro entorno, la primavera es la estación del año en la que más pacientes alérgicos padecen síntomas exacerbados de su enfermedad y, consecuentemente, es la época en la que más demanda de asistencia médica tiene lugar por esta causa. Ello se debe a la elevada prevalencia de alergia respiratoria por sensibilización a diversos pólenes de plantas cuya época de floración coincide con esa estación: principalmente, el olivo y las gramíneas, aunque no de forma exclusiva.
Finalizada ya la primavera, los niveles de esos pólenes son bajos o muy bajos y, por lógica, no es previsible ya que vuelvan a ascender hasta el próximo año.
Sin embargo, como vimos ayer, hay otros pólenes cuya presencia se deja notar en otras estaciones. Alguno de ellos es tan persistente que podemos considerarlo incluso perenne (es el caso de la parietaria), y otros, aunque mucho más limitados en el tiempo, son característicos de épocas diferentes: los eucaliptos o castaños, por citar sólo un par de ejemplos, son plantas de floración estival.
En verano se dan también otras circunstancias que pueden propiciar las manifestaciones de diversas enfermedades alérgicas. Aunque también hemos comentado en alguna entrada previa que los ácaros del polvo doméstico necesitan una elevada humedad relativa en el ambiente y, por ello, en verano proliferan menos, la sequedad que produce el calor de esta época puede favorecer que diversas partículas presentes en el polvo (en el interior o el exterior del domicilio), al desecarse, tengan más facilidad para ser transportadas por el aire y alcanzar así las vías respiratorias del ser humano.
En verano es frecuente también desplazarnos a lugares diferentes de nuestra ciudad de residencia, pudiendo de ese modo entrar en contacto con alérgenos (respiratorios, alimentarios, etc.) diferentes de los que, para nosotros, son habituales durante el resto del año.
En relación con lo anterior, no es raro que en verano comamos fuera de casa con mayor frecuencia de lo que solemos hacerlo el resto del año. Las personas con alergia alimentaria deben tener especial cuidado con lo que comen cuando el plato ha sido preparado por otros: es importante asegurarse de que entre los ingredientes no figura el alimento al que se es alérgico. En el caso de los niños, ésto es especialmente importante, pues es frecuente que pasen temporadas con familiares o en campamentos de verano, donde los responsables de su alimentación no serán las mismas personas que se encargan de supervisarla durante los restantes meses.
Adicionalmente, la exposición prolongada al sol o a sustancias irritantes como el cloro de las piscinas puede sensibilizar la piel y predisponerla a reaccionar de forma exacerbada ante cualquier agresión o circunstancia anómala.
Por otra parte, en verano existe un mayor riesgo de exposición a picaduras de diversos insectos que pueden dar problemas: de ellos, los que con mayor frecuencia producen reacciones anafilácticas son los himenópteros, entre los que están las abejas y las avispas.
Las alergias, entonces, no toman vacaciones en verano. No hay, por tanto, que bajar la guardia.
Nosotros no la bajaremos: seguiremos aquí. Mientras vosotros sigáis asomándoos a leernos, continuaremos actualizando el blog con la misma cadencia que hasta ahora: una entrada diaria de lunes a viernes.
Sí, es un trato.