La alergia como metáfora

Puesto que la alergia implica una reacción exagerada o desproporcionada frente a estímulos externos, con frecuencia se ha utilizado como metáfora para referirnos al rechazo o animadversión que pueden producirnos ciertos temas. Expresiones como «me produce alergia», «me da urticaria» o «hace que me salga un sarpullido» son frases hechas que se han instalado en el acervo popular. Tanto es así, que el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española incorpora como segunda acepción del vocablo alergia la siguiente: «Sensibilidad extremada y contraria respecto a ciertos temas, personas o cosas».

En tales circunstancias, ya no tiene sentido hablar de metáfora, pues quien utilice la palabra alergia en tal contexto no hace sino emplearla con uno de sus verdaderos significados. A pesar de ello, y aunque sea como licencia, os pido que me permitáis seguir interpretando el empleo del vocablo alergia, cuando no se refiere a la enfermedad mediada por el sistema inmunológico, como una metáfora: es un capricho, quizás, pero no me cabe duda de que es una interpretación compartida. Los humoristas, por ejemplo, cuando utilizan el recurso, reproducen alguno de los síntomas de la enfermedad alérgica, frecuentemente con manifestaciones cutáneas. Sirva como ejemplo este chiste de Forges, publicado en El País al inicio de la primavera de 2013, cuando la opinión pública atribuía a las directrices de la Unión Europea la responsabilidad última de los recortes económicos:

Forges_metafora

Ese es, también, el planteamiento en que se basa la campaña «Soy alérgico«, puesta en marcha hace un par de meses, para concienciar a la población de que las alergias respiratorias no son, ni mucho menos, las más difíciles de tratar (pulsa sobre la imagen para ver el vídeo):

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