La alergia alimentaria NO es una opción voluntaria

Mafalda es un personaje de cómic creado por el humorista gráfico argentino Joaquín Salvador Lavado (Quino) en 1964. La tira de prensa protagonizada por el personaje estuvo publicándose durante casi diez años (hasta junio de 1973) en diversos medios, alcanzando gran popularidad en diversos países americanos y europeos; entre ellos, España.

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Una de las constantes argumentales que Quino emplea en su tira es la aversión que Mafalda siente hacia la sopa: Mafalda odia la sopa, y así lo reconoce de forma explícita en numerosas ocasiones. Le parece, según sus propias palabras, «un brebaje inmundo» o «la porquería más espantosa que ha probado en su vida». Generalmente, sin embargo, las tiras en las que aparece la sopa se suelen resolver con Mafalda resignada a comerla, siempre con desagrado no disimulado, puesto que su condición de niña no le permite elegir su propia dieta.

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Mafalda no es alérgica a la sopa, sino que tiene aversión a la misma. Como señalábamos en la entrada de este blog en la que abordábamos la diferencia entre los conceptos de alergia, intolerancia, toxicidad y aversión, su rechazo hacia la sopa es de causa psicológica: preferiría no tomarla, pues le repugna, pero tomarla no le produce ningún problema de salud.

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Hace unos años, los profesionales de Alergia y Asma Andalucía tuvimos oportunidad de participar en un ciclo de conferencias auspiciado por el Colegio de Médicos de Málaga y la Universidad Nacional de Educación a Distancia que se presentó en las ciudades de Málaga y Melilla con el título de «Los Pecados de la Carne«. El título jugaba a provocar el equívoco, pues, aunque en principio pudiera evocar otra cosa, las conferencias versaban sobre las diversas restricciones en la dieta que pueden venir condicionadas por las creencias religiosas.

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Es obvio que, mientras que la nutrición es un hecho puramente biológico, consistente en introducir en nuestro organismo los nutrientes necesarios para la vida, la alimentación es un hecho cultural: cómo comemos, cuándo comemos, dónde comemos, con quién, y, muy especialmente, qué comemos, son, sin duda, comportamientos que tienen significados y connotaciones, para cada uno de nosotros, mucho más elaborados que el mero hecho de nutrirnos. Los condicionantes que las diversas religiones establecen a la alimentación, determinando lo que puede comerse y de qué forma, son múltiples. Aceptar esos condicionantes, y cumplirlos, es una elección que las personas hacen, la consecuencia de una convicción ideológica.

No pretendemos comparar la aversión de Mafalda por la sopa con la renuncia personal que puede hacer un creyente para ser consecuente con los postulados de su fe. Tan sólo queremos destacar que hay ocasiones en que el rechazo del alimento está condicionado por causas psicológicas o convicciones ideológicas, sin que existan circunstancias biológicas que lo determinen.

Un ejemplo lo mismo lo constituyen las personas que se declaran vegetarianas, o veganas. Se trata de elecciones voluntarias que conllevan la evitación sistemática de determinados alimentos en la dieta. Pero no hay, en tales casos, ninguna condición médica que lo haga necesario.

La adopción voluntaria de una dieta sin gluten es otro ejemplo de lo anterior. Las personas que tienen celiaquía deben evitar el gluten de por vida, puesto que padecen una intolerancia de causa inmunológica que hace que el consumo de gluten provoque serios daños a su salud. Hay, sin embargo, muchas personas que rechazan voluntariamente el gluten y los productos que lo contienen, a pesar de que no existe evidencia científica que muestre que, salvo en los casos de intolerancia ya comentados, eliminar el gluten de la dieta suponga ningún beneficio.

A mediados del pasado mes de abil, Neil Swidey publicó un extenso artículo en el diario norteamericano Boston Globe titulado «Why food allergy fakers need to stop» («Por qué quienes simulan alergias alimentarias deben dejar de hacerlo»). En él, argumentaba que algunas de las personas que eligen voluntariamente rechazar algún alimento o ingrediente (mencionaba inicialmente el ajo, por el olor, o las coliflores, por la posibilidad de producir flatulencias, pero pronto queda claro que el ejemplo más representativo al que se refiere es el gluten) pueden valorar que su rechazo resultará más creíble o más digno de respeto si lo hacenpasar por alergia, y pueden manifestarse alérgicos, sin serlo, para evitar tener que dar explicaciones indeseadas. Pero Swidey defiende que referirse alérgico sin serlo es una forma de trivializar los verdaderos problemas médicos que obligan a rechazar un alimento o ingrediente, y puede contribuir a que los hosteleros, cocineros, camareros, manipuladores de alimentos en general, terminen asumiendo (aun cuando sea de forma involuntaria, inconsciente) que la situación no es realmente de gravedad y acaben relajando sus precauciones, lo cual podría tener consecuencias graves para otras personas.

El pasado fin de semana se ha celebrado la fiesta de Halloween (en nuestro caso, importada de los Estados Unidos de América, como contábamos el año pasado), y nos ha llegado a través de las redes sociales este chiste de Dave Whamond, que nos ha recordado el artículo de Swidey:

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Es necesario respetar cualesquiera opciones vitales que respecto a su propia dieta puedan hacer las personas adultas responsables, siempre que no repercutan negativamente sobre su salud ni pretendan imponerlas a otros, pero es necesario igualmente recordar que, en algunos casos, la restricciones no son voluntarias, y una transgresión incluso inadvertida podría suponer poner en juego de forma importante la salud o incluso la vida. Y precisamente por ese motivo, es deseable tener siempre claro, en todos los ámbitos, cuándo estamos ante un caso de los primeros y cuándo ante uno de los segundos.