Hachiko es el nombre de un perro japonés que ha llegado a convertirse en el paradigma del perro fiel. Fue regalado, cuando era un cachorro, a un profesor universitario que, aunque inicialmente tenía reticencias, decidió conservarlo ante la insistencia de su hija adolescente. Todos los días, Hachiko acompañaba a su dueño a la estación de trenes desde la que se marchaba al trabajo, y regresaba al caer la tarde para recibirle a su llegada. De forma inesperada, un día el profesor falleció mientras trabajaba. Hachiko nunca pudo entender, o nunca asumió, que jamás regresaría, y pasó el resto de su vida, casi una década, esperando en la puerta de la estación: se quedó a vivir en el mismo lugar en el que cada día recibía a su dueño, imperturbable al paso del tiempo. Los comerciantes de los alrededores, y otras personas que habían sido testigos de la rutina de Hachiko mientras el profesor vivía, alimentaron y cuidaron al perro hasta su fallecimiento en 1935.
En la actualidad, una estatua de bronce (que fue reconstruida en 1947, después de que la estatua original se fundiera durante la Segunda Guerra Mundial para fabricar armas) se erige en el sitio donde Hachiko pasó sus últimos años, para conmemorar la inquebrantable fidelidad de este perro, que por esperar el regreso de su amo muerto se olvidó de vivir.
Es fascinante el lazo afectivo que puede desarrollarse entre un perro y sus dueños. Hachiko es uno de los ejemplos más llamativos, pero existen otros. Y es una vinculación bidireccional: los alergólogos somos con frecuencia testigos del drama que puede suponer para una persona tener que renunciar a su mascota, perro o gato, por causa de una alergia. Nunca es fácil, y no raramente piden conocer cualesquiera alternativas que les permita no tener que buscar otro hogar al animal.
Tener una mascota puede ser, sin duda, una fuente de felicidad. Pero su cuidado supone un compromiso que conlleva servidumbres, y que generalmente implica a toda la familia. Por eso, antes de regalar un cachorro hay que estar muy seguro de que los miembros de la familia están dispuestos a asumir el compromiso y las servidumbres que su cuidado conlleva. Puede ocurrir, además, que en la familia haya una persona alérgica al epitelio del animal, y que quien hace el regalo ni siquiera lo sepa. En tal caso, probablemente (pues es lo razonable) el animal saldrá del hogar antes siquiera de tener posibilidades de que se desarrollen lazos afectivos sólidos. Su vida, entonces, podrá ser muy diferente de lo que había imaginado la persona que, de forma bienintencionada, hizo el regalo, y la renuncia al perro, o al gato, plenamente justificada, puede suponer un sufrimiento para algunos de los miembros de la familia, muy especialmente para los más pequeños.
Por eso, si has pensado regalar un animal, asegúrate antes de que las personas que van a recibir el regalo (¡todos los convivientes!) realmente lo desean, y que no hay alérgicos en la familia. Porque un perro, o un gato, no son juguetes, y regalarlos sólo es una buena idea cuando todos aquéllos a quienes su presencia puede afectar están sobre aviso y han manifestado su disponibilidad para recibirlo.