Desde hace ya varios años, los diarios del Grupo Vocento incorporan un suplemento sobre aspectos relacionados con la salud, llamado “Salud Revista.es”, en el que colabora Rafael Vega (“Sansón”), con una tira de humor gráfico dedicada a plasmar situaciones cómicas protagonizadas por médicos y pacientes.
Esta semana hemos tenido oportunidad de leer la que acompaña a estas líneas, que nos ha suscitado una reflexión que queremos compartir:
Aunque es altamente improbable que un médico sustituto retire a un paciente un tratamiento médico que realmente necesite, sí es cierto que en esta época estival coinciden una serie de circunstancias, ya sean dependientes del sistema sanitario o del propio paciente y su entorno, que pueden contribuir a que el seguimiento de un proceso crónico se haga más difícil, o incluso que un tratamiento se vea discontinuado.
¿Has oído alguna vez la expresión “pico de asma de septiembre”? ¿Sabes a qué se refiere?
El asma bronquial es una enfermedad crónica cuyo tratamiento es “escalonado”, variable de una persona a otra dependiendo de la gravedad de la afectación. A excepción de los casos más leves, el tratamiento farmacológico suele incluir al menos un medicamento antiinflamatorio, cuya acción (a diferencia de los medicamentos “de rescate”, los cuales abren los bronquios cuando están obstruidos) no es inmediata, pero se trata de medicamentos que actúan a largo plazo asegurando la estabilidad de las paredes bronquiales y, por tanto, deben mantenerse en el tiempo. Reciben, por ese motivo, el nombre de “tratamientos de mantenimiento”, y, cuando están indicados, para que actúen de forma realmente efectiva deben usarse de forma continuada, independientemente de que el enfermo tenga o no síntomas.
No es raro, lamentablemente, que el desorden (o digamos, simplemente, el cambio de hábitos) que conlleva el verano favorezca que se descuide o relaje el tratamiento. No es difícil que alguna dosis se olvide de vez en cuando, especialmente tratándose de un fármaco cuyo efecto no se deja sentir de forma inmediata. Pero ese descuido puede tener consecuencias graves.
Es posible que, mientras el enfermo descuidado disfruta del verano, en un entorno diferente al habitual, quizás alejado de los alérgenos que suelen darle problemas, se mantenga asintomático durante semanas. Pero las paredes de sus bronquios, inadvertidamente, van perdiendo la estabilidad conseguida, y, de forma inadvertida, se hacen más irritables, más reactivas ante cualquier estímulo que pueda inflamarlas. Así que cuando, en septiembre, esa persona retoma su rutina, regresa a su domicilio, frecuentemente en un entorno urbano con exposición nuevamente a los contaminantes de la atmósfera de la ciudad, retomando el contacto con sus alérgenos habituales, con el estrés que conlleva la reincorporación a la actividad laboral o académica, … su asma se descompensa. Con mayor o menor gravedad, dependiendo de múltiples factores, pero fácilmente se descompensa: ese es “el pico de asma de septiembre”.
Y recuperar la situación de estabilidad alcanzada antes del abandono (o simple descuido) del tratamiento llevará tiempo.
¿Cómo lo evitamos? Fácil: lo prevenimos. Como su propio nombre indica, el tratamiento de mantenimiento debe mantenerse. También en verano.
No hay que bajar la guardia nunca.