«Regreso al Futuro» («Back to the Future«, en el inglés original) es una trilogía de películas (estrenadas entre 1985 y 1990) dirigidas por Robert Zemeckis y protagonizadas por Michael J. Fox en el papel de Marty McFly, un joven norteamericano que, desde la década de los 80 del siglo pasado viajaba en el tiempo (hacia atrás, hacia delante, nuevamente hacia atrás, …) gracias a la disparatada máquina que un científico amigo suyo había construido a base de introducir modificaciones en un vehículo de la marca DeLorean.
Los viajes en el tiempo se habían explorado en el cine en múltiples ocasiones con anterioridad, e incluso las líneas temporales alternativas (en cuya existencia la trilogía «Regreso al Futuro» basaba su argumento) constituían también el fundamento del guión de «The Terminator» (de James Cameron), estrenada muy poco antes (1984). Pero, frente al pesimismo del futuro apocalíptico de «The Terminator«, Marty McFly no viajaba para salvar a la humanidad de un destino catastrófico, sino para asegurarse de que sus propios padres se conocían y enamoraban (requisito, obviamente, imprescindible para asegurar su propia existencia), para ayudar a sus hijos o amigos o para reparar las consecuencias de sus propios errores: todo ello mediante una sucesión de situaciones divertidas, imprevisibles y, en ocasiones, peligrosas que configuran una comedia de ciencia ficción (en tres partes, encadenadas entre sí: la primera parte no se rodó con idea de tener una secuela, pero el éxito de taquilla fue tal que la segunda y tercera partes se rodaron simultáneamente, estrenándose con sólo un año de diferencia entre ambas) que se ha convertido en una trilogía de culto.
En la segunda parte, «Regreso al Futuro II«, Marty McFly viajaba a su futuro, que resultaba ser, precisamente, nuestro presente: su máquina del tiempo le llevaba, en concreto, hasta el día 21 de octubre del año 2015… O sea, hoy.
Resulta curioso constatar cuál era la imagen de ese futuro (este presente) que imaginaron los guionistas de «Regreso al Futuro» (el propio Robert Zemeckis y Bob Gale) hace entre 25 y 30 años. Convertido, por derecho propio, en un hito del cine fantástico, Marty McFly se ha ganado un hueco en la imaginería popular hasta el punto de que la coincidencia de la fecha de hoy con la de su viaje no pasa desapercibida a la prensa generalista: los diarios El Mundo, El País o Público, por citar sólo 3 ejemplos, dedican hoy espacio en su sección de cultura a analizar las similitudes y diferencias entre aquel 21 de octubre de 2015 de Marty McFly y este 21 de octubre de 2015 nuestro.
Algunos de los inventos imaginados por aquellos guionistas sí se han hecho realidad: la posibilidad de realizar teleconferencias desde el domicilio, por ejemplo, la posibilidad de activar un teléfono manipulando las gafas o drones para uso privado. En lo referente a otras propuestas, sin embargo, como el famoso aeropatín para uso recreativo (un monopatín que permitía a los adolescentes entrenados en su manejo levitar a escasos palmos del suelo), o los coches voladores como elementos habituales en el paisaje urbano, la ficción se adelantó a la realidad.
Por el contrario, respecto a las aplicaciones tecnológicas con beneficios potenciales en el cuidado de la salud y la lucha contra la enfermedad, probablemente la película se quedó corta. Cierto, la chaqueta de Marty se secaba sola en corto espacio de tiempo, y eso puede considerarse un ejemplo de prenda inteligente, pero las múltiples aplicaciones informáticas que hoy podemos utilizar desde nuestros terminales móviles como recursos para lapromoción de nuestra salud no eran, al parecer, imaginables hace tres décadas.
En múltiples ocasiones hemos hablado en este blog de aplicaciones móviles con utilidad para personas con alergias, intolerancias alimentarias u otras enfermedades similares: aplicaciones que facilitan la comunicación entre sanitarios y pacientes, que nos proporcionan referencias para identificar plantas silvestres, que nos permiten conocer los recuentos de pólenes y otros alérgenos ambientales, acceder a información sobre la composición de los alimentos o llevar un registro de síntomas, por citar algunos casos. Y no son más que un puñado de ejemplos de las múltiples aplicaciones móviles con potenciales beneficios para la salud pública o la salud individual.
Recientemente, la Asociación Médica Mundial (World Medical Association –WMA-) ha hecho pública, en su 66ª Asamblea General, celebrada en Moscú (Rusia) este mes de octubre de 2015, una declaración oficial sobre tales aplicaciones. Dicha declaración comienza reconociendo la relevancia de estos recursos informáticos, a los que engloba bajo la denominación genérica de eHealth, para el cuidado y fomento de la salud de los individuos y colectividades: los avances tecnológicos y el aumento de la disponibilidad y asequibilidad de los dispositivos móviles han dado lugar a un aumento exponencial en el número y variedad de servicios de eHealth en uso en los países desarrollados y en desarrollo. Desde un planteamiento esquemático, el documento clasifica este tipo de recursos en dos grandes grupos: aquellas aplicaciones que contribuyen a la promoción de la salud, y que pueden ser comprendidas y utilizadas por cualquier persona (como las que permiten conocer los niveles de pólenes o la composición de alimentos, para evitar, dentro de lo posible, el contacto con alérgenos), y aquellas otras que requieren la experiencia, conocimientos o habilidades de los profesionales sanitarios para ser adecuadamente interpretadas y manejadas, las cuales con frecuencia pueden considerarse productos sanitarios y deben, como tales, estar sujetas a la regulación que garantiza el empleo de tales productos en condiciones de seguridad y eficacia, con todas sus implicaciones.
La WMA señala que es necesario implementar medidas que aseguren la recogida, almacenamiento, protección y tratamiento de datos de usuarios de estas aplicaciones, especialmente los datos de salud, con las debidas garantías de confidencialidad y respeto a la intimidad. Además, se señala que los usuarios siempre deben poder identificar la fuente de la que procede la información que se les proporciona; información que, en el caso de las aplicaciones no destinadas a profesionales, debe ser clara, fiable y expresada en un lenguaje comprensible para personas sin formación técnica en el ámbito sanitario. Se destaca, también, que, por mucho que estas aplicaciones puedan representar ventajas en el cuidado de la salud o incluso en la gestión de las prestaciones sanitarias, nunca pueden considerarse sustitutivas de una adecuada valoración del paciente individual por el médico.
Se proponen, también, una serie de medidas interesantes para garantizar la accesibilidad y la eficacia de estos recursos. En primer lugar, deberían evaluarse de forma exhaustiva e independiente para que las autoridades sanitarias tuvieran constancia de la funcionalidad, eficacia, limitaciones, seguridad y confidencialidad de los datos recogidos por estas tecnologías. Si se constata evidencia de utilidad clínica, los resultados deben ser publicados en revistas científicas regidas por los criterios habituales de selección de trabajos de investigación para darlos a conocer. De igual modo, una vez constatada su eficacia, como en cualquier otra prestación sanitaria sería deseable que los servicios de salud y/o los servicios sociales se implicaran para asegurar que cualquier persona que pueda beneficiarse de estas aplicaciones tenga acceso a las mismas, y que su disponibilidad no esté restringida exclusivamente a quienes puedan costearlas.
Si quieres acceder al documento íntegro (está en inglés), pulsa sobre el logotipo de la WMA:
No cabe duda de que una chaqueta que pueda secarse sola es una prenda interesante. pero tampoco cabe duda de que, en caso de haberlas conocido, Marty McFly también habría sabido apreciar estas aplicaciones.