El ejercicio físico es uno de los desencadenantes más frecuentes de broncoespasmo en las personas con hiperreactividad bronquial, hasta el punto de que se considera que la mayoría de los pacientes asmáticos sin tratamiento referirán síntomas de asma tras la realización de ejercicio físico de mayor o menor intensidad.
El broncoespasmo inducido por el ejercicio o asma de esfuerzo se caracteriza por la obstrucción transitoria del flujo aéreo por efecto de una constricción bronquial que ocurre después de varios minutos de un ejercicio intenso. Generalmente, la obstrucción máxima se produce 5-15 minutos después del ejercicio. Este es un fenómeno habitual en las personas que padecen hiperreactividad bronquial, pero la variabilidad de la forma de presentación de esta enfermedad en unas y otras personas es tal, que hay algunos enfermos en los que ese broncoespasmo es especialmente intenso. Para llegar al diagnóstico de broncoespasmo inducido por el esfuerzo, se suele hacer una espirometría (una prueba que sirve para medir la función pulmonar) previa al ejercicio y posteriormente cada 5 minutos hasta 20 minutos después de finalizado el ejercicio: se suele aceptar que una caída del flujo espiratorio en el primer segundo (una medición del flujo de aire que el sujeto puede expulsar en el primer segundo de un soplido brusco, y que se identifica con las siglas FEV1) igual o mayor del 15 % respecto al valor basal (el obtenido antes del esfuerzo) indica la presencia de un broncoespasmo inducido por el ejercicio. Es importante tener claro que no se trata de una variedad especial de asma, pues el ejercicio físico puede desencadenar la broncoconstricción en cualquier paciente asmático no controlado, pero en algunas personas asmáticas esta circunstancia es más intensa que en otras y puede precisar atención especial.
Aunque probablemente en el desencadenamiento del broncoespasmo tras el ejercicio intervienen diversos factores, no es descabellado asumir que la hiperventilación provoca un enfriamiento del aire que llega a los bronquios (ya vimos ayer cómo el frío era un factor que podía provocar síntomas de asma) y una disminución del grado de humedad de las vías respiratorias bajas y los alveolos pulmonares, que puede provocar una liberación de sustancias químicas (llamadas mediadores de la inflamación, porque la favorecen) por parte de células llamadas mastocitos, entre otras.
La mejor prevención del broncoespasmo inducido por el esfuerzo es un adecuado control del asma: ello disminuirá la probabilidad de presentación de síntomas y, en caso de que a pesar de todo aparezcan, la intensidad de los mismos.
Muy especialmente en el caso de los niños, debemos prestar atención a la posibilidad de que el asma está limitando su capacidad de hacer ejercicio, para evitar que ellos se instalen en su rol de enfermos, asuman el problema como una discapacidad fuera de su ámbito de influencia y ni siquiera pidan ayuda.
Algunos atletas adoptan la estrategia de realizar un ejercicio de “calentamiento” antes de un esfuerzo importante (una competición, por ejemplo), y refieren que de ese modo aumentan su resistencia libre de síntomas durante un perido de tiempo de 1-2 horas.
El tratamiento farmacológico más recomendado para la prevención del asma de esfuerzo son los medicamentos broncodilatadores beta-2 agonistas. Los hay de corta duración, como el salbutamol y la terbutalina, que se administran unos 15 minutos antes de iniciar el ejercicio y mantienen su efecto protector durante 2-3 horas; en los casos en que los síntomas de asma de esfuerzo aparecen en relación con la actividad física habitual del sujeto (por ejemplo, niños pequeños que se ven limitados para jugar con otros niños de su edad por causa de su asma), pueden utilizarse beta-2 agonistas de acción prolongada, como el salmeterol, que protege durante 10-12 horas.