Podemos definir alergia ocupacional (o alergia laboral, o alergia profesional, pues indistintamente puede llamarse de cualquiera de esas formas), como aquella enfermedad en la que el sistema inmunológico funciona de manera inadecuada generando una reacción excesiva ante la exposición a un agente o sustancia presente en el ambiente de trabajo.
Las sustancias capaces de producir alergia en el entorno de trabajo pueden entrar en contacto con la persona sensibilizada por diversas vías, pero las más frecuentes son la inhalatoria (a través de las vías respiratorias) y la cutánea (por contacto con la piel). Por ello, los dos grandes grupos de alergias ocupacionales son, precisamente, las respiratorias (fundamentalmente asma bronquial, que en estos casos recibe el nombre de asma ocupacional) y las cutáneas.
Muchas de estas alergias ocupacionales (al menos, las más conocidas) están consideradas enfermedades profesionales por nuestro sistema de Seguridad Social, el cual, de esta forma, otorga una especial protección a las personas que las padecen. Sin embargo, lamentablemente, muchas de ellas están infradiagnosticadas, es decir, escapan al conocimiento de los servicios asistenciales. Una de las circunstancias más características de estas enfermedades (aparte del hecho de que, lógicamente, sólo afectan a algunos de los trabajadores expuestos, a diferencia de los productos tóxicos, que afectan a todas las personas expuestas), y que puede ayudar al diagnóstico, es la peculiaridad de que el enfermo empeora cuando está inserto en su medio de trabajo, y mejora cuando se separa del mismo, en fines de semana, vacaciones o durante una baja laboral.
Se han identificado más de 300 sustancias que pueden producir alergia en el medio laboral, y además cada año se descubren nuevos agentes responsables. Lógicamente, las profesiones en las que con mayor frecuencia ocurre son las de aquellos sectores que están más en contacto con productos químicos: peluquería, cuidado de la salud, alimentación y restauración, urbanización y construcción, … Se calcula que el 15 % de los casos de asma en los adultos puede estar causado directa o indirectamente por sustancias presentes en el medio laboral, y que la dermatitis alérgica de contacto puede aparecer hasta en un 10 % de los trabajadores que manipulan productos químicos en su trabajo.
Además, es fundamental tener presente que, puesto que el desarrollo de síntomas de alergia puede ocurrir ante cantidades muy pequeñas del agente sensibilizante, se puede padecer este problema aún cuando en la empresa se cumplan escrupulosamente todas las medidas de higiene ambiental que exige la normativa de seguridad en el trabajo, ya que esta normativa está concebida para controlar y evitar los niveles tóxicos o irritantes de las sustancias, sin tener necesariamente en cuenta la posibilidad de una excesiva y anómala sensibilidad individual.
Las alergias ocupacionales son, por tanto, un problema importante de salud pública, con graves consecuencias para la calidad de vida de las personas afectadas y con gran repercusión económica para la sociedad, debido a la pérdida de productividad de los trabajadores enfermos y a los gastos derivados de su asistencia sanitaria.
Por todo ello, cualquier recomendación a gobiernos y agentes sociales para que colaboren en el desarrollo e implementación de políticas y estrategias dirigidas a la gestión racional de las sustancias químicas en el trabajo debería tener en cuenta la posibilidad de que estos productos se comporten no sólo como tóxicos, irritantes, contaminantes o inflamables, sino también como causantes potenciales de alergia.