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Las autoridades sanitarias de Estados Unidos prohíben los guantes con talco en la práctica clínica

Cuando en enero del año pasado iniciábamos nuestra subsección «El Alérgeno del Mes» hablando sobre la alergia al látex, referíamos que las proteínas alergénicas del látex presentan la peculiaridad de que pueden ser liberadas al aire, y en los hospitales y otros centros sanitarios son aerotransportadas junto con los polvos de talco de los guantes, pudiendo, de ese modo, comportarse como un alérgeno inhalatorio.

El polvo de talco en los guantes de látex es un recurso que se ha usado tradicionalmente para que sean más fáciles de poner y quitar, ya que, si no están presentes, la goma no se desliza fácilmente sobre la piel.

Sin embargo, sus efectos adversos sobre la salud son diversos.

Uno de ellos es, precisamente, el citado: transportar proteínas alergénicas (entre ellas, las del látex, aunque no de forma exclusiva), facilitando su inhalación y propiciando reacciones alérgicas, que pueden manifestarse como rinoconjutivitis o asma (en las dermatitis de contacto generalmente el papel que uega el talco es menor, ya que la reacción se desencadena como consecuencia del contacto directo entre la piel y el guante u otros objetos que contengan látex). Pero el talco también puede producir daño pulmonar derivado de inflamación, granulomas (que son masas de células inmunes que se aglomeran de forma permanente cuando el sistema inmunitario intenta aislar sustancias extrañas, en este caso el talco, que ha sido incapaz de eliminar) o incluso adherencias peritoneales en el interior del abdomen de los enfermos intervenidos.

Por todo ello, la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos  (que es la agencia gubernamental encargada allí de velar por la salud pública garantizando la seguridad y eficacia de los medicamentos y productos sanitarios y la calidad y seguridad de los suministros alimentarios) ha establecido una norma definitiva que prohíbe el empleo de guantes con talco en la cirugía y en las exploraciones clínicas.

Existen alternativas de guantes sin talco, tanto de cirujanos como para la exploración de pacientes, que proporcionan similares protección y eficacia (sin disminuir tacto o destreza), pero sin ninguno de los riesgos asociados a los guantes con talco. Por ello, el organismo regulador mencionado ha decidido seguir adelante con la prohibición propuesta inicialmente en marzo de este año, e implementar de forma progresiva estas alternativas diferentes hasta la total eliminación de los guantes con talco.

Esta decisión es una medida inusual, pues generalmente las retiradas de dispositivos del comercio estadounidense son iniciadas por los fabricantes antes de que la FDA tome cartas en el asunto. De hecho, ésta es la segunda vez que la FDA decide prohibir el empleo de un dispositivo sanitario, tras la retirada de determinadas fibras de pelo protésicas en 1983.

Y, hablando de pelo, resulta pertinente recordar que, «cuando las barbas de tu vecino veas pelar, …».

No será raro que pronto estemos hablando aquí del talco de los guantes.

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El alérgeno del mes: Los hongos termotolerantes

Los hongos son un grupo de seres vivos eucariotas (es decir, compuestos por células con núcleo bien conformado) extraordinariamente ubicuos. Forman su propio reino, lo cual implica que no pueden considerarse animales ni vegetales. Se han identificado alrededor de 100 000 especies de hongos, aunque se calcula que puede haber de 1,5 a 3 millones de especies diseminadas por todo el mundo.

Hasta 80 géneros de hongos se han asociado con enfermedad alérgica mediada por IgE. Lamentablemente, los reactivos comerciales para hacer pruebas frente a los mismos están disponibles para un número relativamente pequeño de especies.

Los hongos están adaptados a una amplia variedad de hábitats. Están implicados en la degradación de la materia orgánica en descomposición en la naturaleza, pero también se utilizan en la industria, por ejemplo en la producción de diversos alimentos, medicamentos y enzimas.

La mayor parte de los hongos, como los géneros Cladosporium y Alternaria (que son patógenos para las plantas), crecen a una temperatura óptima de 18ºC a 22ºC. Por ese motivo, no suelen causar infección en el ser humano, ya que nuestra temperatura corporal es significativamente mayor y no pueden crecer fácilmente en nuestro organismo. Pueden, no obstante, causar (y, de hecho, las especies citadas causan) problemas de alergia, al ser inhalados y comportarse como alérgenos.

Por el contrario, existen otros hongos que sí pueden crecer a temperaturas similares a las de nuestro organismo: los llamamos, precisamente, termotolerantes. Por esa característica, estos otros hongos pueden actuar no sólo como alérgenos, sino también como comensales, y como patógenos: es decir, pueden causar enfermedades en el ser humano como consecuencia de la infección (con consecuencias que pueden variar desde lesiones en la piel hasta enfermedades amenazantes para la vida), además de la posibilidad de comportarse como alérgenos. Entre ellos están los géneros Candida, Aspergillus, Criptococcus y Penicillium.

El daño potencial que pueden causar estos hongos es diferente del daño que pueden causar los hongos que no pueden crecer a la temperatura de nuestro organismo.

Los hongos que no producen infección en el ser humano (que son, como hemos dicho, la mayoría) se comportan como aeroalérgenos, y, cuando hay sensibilización, las manifestaciones habituales son las de una alergia respiratoria (relacionadas, además, con la concentración de estos hongos en el ambiente): rinoconjuntivitis o asma.

Los hongos termotolerantes, por el contrario, pueden instalarse y multiplicarse en el interior del organismo (más frecuentemente en condiciones de inmunodepresión), desde donde no solamente están liberando de forma continuada proteínas que se comportan como alérgenos (independientes ya, por tanto, de la concentración de hongos en el ambiente), sino que también pueden causar inflamación en las estructuras infectadas e incluso destrucción de tejidos. Con frecuencia colonizan vías aéreas inferiores, y allí se comportan como una fuente constate de alérgenos, además de causar daño (por la propia acción de los hongos, por ejemplo produciendo toxinas, o por la inflamación derivada de la respuesta inmune) a las estructuras bronquiales y alveolares.

Uno de los ejemplos más claros de esto último es la llamada Aspergilosis Broncopulmonar Alérgica, una infección por el hongo Aspergillus fumigatus en la que coinciden síntomas derivados de la respuesta alérgica (con claras manifestaciones de asma bronquial) y síntomas derivados de la destrucción del tejido pulmonar como consecuencia de la infección (con daños estructurales que, una vez instaurados, pueden ser irreversibles, y que sólo con un diagnóstico y tratamiento precoces pueden llegar a evitarse).

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Imagen de Aspergillus fumigatus al microscopio electrónico